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Hablemos del mejillón

José Vicente Domínguez CAPITÁN DE PESCA Y MARINA MERCANTE

SOMOS MAR

XOAN A. SOLER

28 mar 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El consumo del mejillón se remonta a quién sabe cuándo. Ya los oestrimnios, habitantes de Galicia siglos antes de los celtas, allá por el siglo VIII antes de Cristo lo consumían. Y en el XVIII (el otro día, como quien dice), el prolífico Joseph Cornide de Saavedra, en sus habituales visitas a las costas gallegas, decía que «la carne del mejillón, después de la de ostra, es la mejor». A saber si aquella especie era la que conocemos actualmente o tal vez fuese otra importada recientemente del Mediterráneo.

Aún recuerdo cuando en Galicia se creía que nuestro mejillón era de la especie Mytilus edulis. Tuvo que ser una tesis doctoral de mediados de los ochenta la que definió nuestro mejillón, el de Galicia, como Mytilus galloprovincialis. El edulis es de aguas del norte de Europa, y el nuestro, tal vez sea hijo de los pioneros cultivadores catalanes de las inmediaciones del puerto de Barcelona quienes, ya en 1901, explotaban 119 bateas de mejillón que forzosamente desaparecieron por culpa de la contaminación industrial.

En este punto, conviene remontarse a 1945 para observar las primeras bateas sobre un solo flotador, fondeadas en donde ahora se encuentra el muelle de Ferrazo de Vilagarcía. Estas y otras coetáneas de la Ría de Vigo, fueron el origen de la importante industria mejillonera de Galicia.

Pero dicho esto tan solo a modo de preámbulo, creo que deberíamos hablar de las dificultades por las que atraviesa el sector. Así que, como decía Manrique: «Dejemos a los romanos, aunque oímos y leímos sus historias» y limitémonos a tratar de ayudar a aclarar el problema que actualmente están a sufrir los bateeiros.

La Xunta, al igual que la mayoría de las Administraciones, ha sido incapaz de anticiparse al problema del sostenimiento básico de la industria del cultivo del mejillón y que no es otro que el del suministro de mejilla. La Xunta ha dejado que creciese el tumor, por no atreverse a hacer un diagnóstico previo de las causas que lo provocaron y bien se veían venir. Mientras las piedras pudiesen resistir las raspas de los mejilloneros —como se venía haciendo desde siempre— era más fácil cerrar los ojos y no preocuparse de los problemas biológicos y su repercusión en otros sectores como el de los percebeiros, aunque este no sea el único sector afectado. Y ahora, tarde y mal, ante la falta de mejilla, se limitan drásticamente las áreas en donde no se permite raspar más. De repente, es como si la ley de prohibición de coches de combustión, hubiese que aplicarla de manera inmediata, sin que tuviésemos otros vehículos menos contaminantes para suplir a los existentes.

¿Qué el problema es de difícil solución? Absolutamente. La permisividad del ti vai facendo de la Administración pesquera y marisquera, sin analizar la situación para prevenir con tiempo el problema, aboca a los sectores enfrentados a tener que defender sus lógicos intereses. Y la Consellería do Mar no tiene más remedio que arbitrar una solución chapucera para evitar indeseadas e improcedentes amenazas de santa vaia junto con movilizaciones del sector percebeiro y las encontradas opiniones de los biólogos. Decir en este punto que es sabida que no existen verdades absolutas cuando la ciencia trata de justificar la actuación de uno u otro bando. Pero algunos biólogos deberían llamar a las cosas por su nombre y no imitar a Bertrand Duguesclin y su célebre frase: «No quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor». Cuando las razones de una de las partes prevalecen sobre las otras, la única manera de solucionar los problemas es llamarle a las cosas por su nombre: reconocer que raspar las piedras para obtener mejilla, no parece que sea el mejor de los sistemas desde el punto de vista biológico. Estos días he tenido el gusto de recibir la visita de un amigo de mi hijo, biólogo

de la mayor empresa productora de mejillón de Nueva Zelanda. Y, comiendo en Corrubedo, entre bocado y bocado, hemos tratado el asunto del mejillón gallego y los problemas que padece el sector para el abastecimiento de mejilla. Como ya saben, la especie que ellos cultivan es Perna canaliculus. El que comercialmente se conoce como Green lips, por aquello de que las conchas tiene los bordes de color verde. Por cierto, también allí crece el Mytilus edulis, pero por su fuerza para apiñarse en las cuerdas de cultivo, asfixiando a su mejillón, tratan de eliminarlo por todos los medios; por cuanto el interés comercial de su mercado radica en el Perna. Tal es así que, para ellos, el Mytilus forma parte de las 100 especies exóticas más invasoras. A través del agradable visitante he querido refrescar mi memoria acerca del sistema de cultivo de mejillón del país antípoda que tantas veces he visitado. Y he aquí alguno de los datos que pueden servir para solucionar parte de nuestro problema

de obtención de mejilla. Como es sabido, el sistema utilizado para el cultivo en las rías de Nueva Zelanda es el bien conocido long line. Solo como ejemplo del extremado cuidado con el entorno y los fondos marinos del país antípoda, en lugar de pesados y voluminosos muertos para fijar las líneas madre de su sistema, hacen perforaciones submarinas en donde anclan los fondeos. Y para obtener la cría, recurren a la arribazón de algas a sus playas. Estas algas, al igual que las nuestras, vienen llenas de minúsculas larvas de mejillón que, después de su vida planctónica, acaban fijándose con su liso, al blando y natural sustrato. Así, antes de que se sequen en las playas, los productores recolectan el sargazo y lo fijan a las cuerdas de engorde, de la misma manera que nosotros fijamos la mejilla que obtenemos de las piedras.

Puesto que el Perna canalículus tiene mayores dificultades que el Mytilus para su reproducción en hatchery, los cultivadores neozelandeses utilizan para su cultivo, larvas de algas en un 68 %; obteniendo el 30 % de la cría por medio de cuerdas y redes colectoras; utilizando tan solo un 2 % procedente del cultivo en laboratorio.

Finalmente, digamos que las algas se distribuyen proporcionalmente entre los productores existentes. Si alguien nuevo es autorizado a incorporarse al cultivo, al no tener derecho al cupo de algas, debe abastecer su explotación por medio de sus propias cuerdas y redes colectoras, además de recurrir a la escasa producción de las hatchery.

Por cierto, a partir de 1970 las autoridades de Nueva Zelanda, prohibieron el raspado de mejilla de las abundantes piedras de sus rías y litoral.

En la situación actual de carencia de mejilla para los bateeiros gallegos, no seré yo el que opine que haya que cortar de raíz el raspado de piedras. Pero llegados a este punto, no queda otra que capear el temporal añadiéndole ajo y agua. Ahora, ante la política del dolce far niente de la Xunta desde el comienzo del bum de la explotación mejillonera, no queda otra que librar de la muerte al enfermo, aunque para ello se dañen otros órganos. Puede que el cambio climático haya ayudado a exacerbar el problema; pero eso no justifica la desidia de nuestros gobernantes.