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Hoces gallegas para segar en Castilla

Xosé María Palacios Muruais
Xosé María Palacios VILALBA / LA VOZ

SOMOS AGRO

Alberto López

Agustín Iglesias, ferreiro de Riotorto, recorre cada mes de mayo distintos pueblos de la provincia de Zamora para vender las piezas que fabrica de modo artesanal

12 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Si el movimiento de las alas de una mariposa en China puede acabar teniendo consecuencias en Nueva York, puede decirse también que el impulso de los brazos de un ferreiro en un valle de la Galicia oriental se nota en los campos de Castilla y León. Agustín Iglesias, ferreiro de Riotorto, aprendió de su padre el oficio, y no solo conserva el trabajo en la forja sino también la costumbre de llevar cada año hoces a pueblos de Zamora.

Las hoces forman, con los cuchillos y con las navajas, las tres líneas de su trabajo. Cada año, de su taller salen unas 2.000 hoces, y unas 300 acaban vendiéndose más allá de Pedrafita. Mayo es el mes en el que acude con sus piezas a pueblos donde tiene compradores fijos. Ferreterías y vendedores que a su vez se desplazan a ferias de pueblos son sus clientes.

Los lugares a los que acude están en zonas donde abundan los campos de cereal. Por eso son  el destino habitual de sus viajes. Pero también porque, como apunta Agustín Iglesias, Castilla y León no ha tenido una tradición de ferreiros como la de Galicia: «Aquí hai auga e ferro, o cal axuda a que haxa ferreiros», dice.

Las hoces que hace para Castilla tienen una forma diferente a las que comercializa en Galicia
Las hoces que hace para Castilla tienen una forma diferente a las que comercializa en Galicia ALBERTO LÓPEZ

Las hoces que lleva para vender son del modelo Castilla. No hay en la expresión una deferencia con el origen de los compradores, sino que se fabrican, dice, con una curvatura en el mango distinta a la habitual en Galicia. Ese modelo tiene tres modelos diferentes: el grande es el que se utiliza para segar, y los otros dos, en variadas faenas agrarias.

En la fabricación de las hoces se sigue el mismo proceso que en la de los cuchillos. Hay que estirar el acero para darle forma, y luego se le quitan las impurezas y se templa. «Un fouciño leva máis tempo», reconoce Agustín Iglesias. La causa está clara: se necesita más acero que para fabricar un cuchillo y el trabajo para dar forma resulta mayor.

La fidelidad de los clientes parece firme. Iglesias cuenta que uno de sus compradores habituales adquirió una vez hoces de otra procedencia y que poco tardó en darse cuenta de que no eran ni de lejos de la misma calidad que las suyas. Él, conocedor del oficio, afirma que basta con ver el afilado de unas hoces y de otras para apreciar la diferencia.

Recuerdos de tiempos en los que la mercancía se mandaba en tren

Agustín Iglesias tiene vehículo propio; pero recuerda tiempos en los que había mayor producción y menor parque móvil, lo que obligaba a otras formas de transporte. Las hoces se juntaban y se ataban, se cargaban en un camión y se llevaban a Lugo, de donde salían hacia Castilla en tren. Eran, admite, otros tiempos, en los que algunos ferreiros tenían incluso afiladores que trabajaban para ellos. Aunque las hoces que vende fuera de Galicia son un poco diferentes en la forma, los materiales son los mismos que las que distribuye en el mercado gallego: usa madera de chopo o álamo para el mango y carbón mineral, llegado de Asturias, o vegetal, elaborado con uz en zonas del oriente Lugo, para la forja. El prestigio resiste por ahora cualquier competencia: «Non hai dúbida», admite