El primer gordo sin aplausos

SOCIEDAD

Las voces de los niños de San Ildefonso fueron las únicas que rompieron la soledad del teatro en el primer sorteo sin público

22 dic 2020 . Actualizado a las 21:02 h.

El 2020 pasará a la historia de la Lotería de Navidad por ser el primer año que los premios se quedan huérfanos de los aplausos de la sala. Las butacas vacías del Teatro Real son una de las imágenes que deja un sorteo que en sus más de 200 años de trayectoria siempre tuvo público. A las puertas del coliseo madrileño, cuando aún era de noche, solo esperaban dos incondicionales disfrazados, una de bombo y el otro de religioso.

La pandemia obligó a seguir unas normas milimétricas que se sumaron a las habituales para garantizar la transparencia del juego. Todos llevaban mascarilla, los niños de San Ildefonso solo se la quitaron para cantar los premios y entre ellos se respetaba la separación de dos metros. La mesa presidencial estuvo compuesta por cuatro personas, en lugar de cinco, y unas mamparas se sumaron a la retahíla de objetos del día 22. Las superficies se limpiaron cada vez que rotaban las tandas de cuatro de los chavales.

Lo que no faltó en esta edición fueron las anécdotas. Justo antes de que los dos bombos comenzasen a girar a las 09.00 de la mañana —el grande, con los 100.000 números, y el pequeño, con los 1.807 premios— una de las bolas de boj se atascó saliendo de la tolva. Un técnico la desatascó a mano y se la mostró a una interventora antes de que esta la introdujese en el bombo, para evitar suspicacias. Hubo un retraso de unos minutos, pero los premios no tardaron en llegar.

El más madrugador fue uno de los ochos quintos. A las 09.17 horas Elisabeth Obarisaiagbon y Noura Aknouh cantaron el 86986. Tres minutos después vino otro. Para el gordo hubo que esperar al mediodía. A las 12.02 horas Alexánder René y Unai Barón entonaron con todas sus fuerzas el 72897. El segundo, el 06095, se conoció casi al final, pasadas las 13.00 horas, y el último fue otro quinto, a las 13.25. El tradicional sorteo solo se interrumpió unos segundos cuando uno de los dos hermanos Dávalos, de San Ildefonso, pidió agua. El covid no pudo ni con los nervios ni con la solemnidad del evento.