«Tenemos que echarle agua a la leche para darle a nuestros hijos»

alberto mahía A CORUÑA / LA VOZ

SOCIEDAD

Eduardo Pérez

Las familias que continúan en el poblado chabolista de A Pasaxe se quedaron sin ingresos al no poder salir a buscar chatarra y piden que les lleven comida

28 ene 2022 . Actualizado a las 20:58 h.

Si ya es una desgracia vivir en un poblado chabolista, estar confinado en uno ha de ser peor que una tortura. Los niños no van al colegio. Lo de no poder ir al parque no les resulta nada extraño porque nunca tuvieron uno cerca. Y sus padres, que se dedican en su gran mayoría a la chatarra, no pueden salir a por género. Ya no porque las empresas que les nutrían de aluminio o hierro estén cerradas, sino también porque el estado de alarma por el coronavirus les tiene prohibido salir con sus furgonetas. No hay ingresos. Por tanto, no hay comida. Así es como dicen que viven las familias que continúan en el poblado chabolista de A Pasaxe.

Cuentan que el único vehículo distinto al de ellos que entró en el poblado desde que salió la orden de confinamiento fue uno de la Policía Nacional. «Para comprobar que una vecina que tiene arresto domiciliario lo estaba cumpliendo», dice Antonio. «Para eso sí que vienen, pero para traernos comida, nadie pasó por aquí», apostilla. Emilio dice que están pasando hambre. Que están estirando lo poco que tienen. Convierten los platos en tapas y, según cuenta Alfonso, «tenemos que echarle agua a la leche para darle a nuestros hijos». Reconocen que así es como engañan un poco a los pequeños y «no se quejan si no podemos llenarles el tazón».

El «cagavirus», como le llama Antonio al COVID-19, los tiene atrapados «en una guerra». Se pasan el día entrando y saliendo de la chabola o la caravana, que en el poblado chabolista de la antigua es lo que mide quien menos tiene y quien no. Ahí, donde las clases sociales están separadas por el ancho de un techo de uralita, se sobrevive al coronavirus como en todas partes. Uno con mascarilla y el resto con bufanda. Intentan mantener las distancias entre unos y otros, «pero a veces se nos olvida». Eso sí, en todo el asentamiento no hay ni un solo residente que tenga el menor síntoma. Ni resfriados, ni fiebre, que ahí se la miden como se hacía antes, poniendo la mano en la frente. Solo tienen el dolor de cabeza por no tener qué llevarse a la boca.

Antonio, el único que lleva la mascarilla a todas partes, pide a las distintas Administraciones que no los dejen abandonados. «Necesitamos que nos traigan comida. Lo básico. Nada más que eso. Porque desde que estalló esto del cagavirus, algunos no tenemos ni un euro para ir a comprar un trozo de pan».

La situación por la que atraviesan, dicen, «es la peor que recuerdan». Lo afirma alguien que nació en el poblado hace 30 años y no ha conocido piso en su vida.

Tampoco entienden de leyes laborales. La inmensa mayoría se ganan la vida como autónomos, con la chatarra, pero pocos figuran como tales. Con menos papeles que un conejo de monte, tampoco podrán optar a las ayudas que puedan tener los que trabajan a cuenta propia y ahora se quedan en la calle.

Desde el Ayuntamiento afirman que ninguna familia del asentamiento está desamparada. Aquellas que necesitan algún tipo de ayuda, la tienen. Los técnicos de Benestar viven pendientes de todos y aseguran que harán todo lo que esté en sus manos para que a nadie le falte lo más básico.