El complejo científico con las mejores vistas del planeta

SOCIEDAD

Xavier Fonseca

La nueva base española Juan Carlos I, en la Antártida, ofrece más espacio para la investigación y la convivencia

29 ene 2020 . Actualizado a las 17:24 h.

La memoria de la base antártica española Juan Carlos I se remonta hasta los años de la Guerra Fría. Estados Unidos y la Unión Soviética habían trasladado el pulso al Polo Sur, estableciendo sus campamentos de forma estratégica. En este contexto histórico, el oceanógrafo catalán Antoni Ballester buscaba la fórmula de llegar a la Antártida, ya que España no podía por sus propios medios. Finalmente consigue incorporarse a la expedición polaca. Tras varias años navegando, los polacos le revelan un secreto; la existencia y localización de una playa situada en una isla del archipiélago Shetland del Sur. Se llama Livingston y se trata de un lugar ideal para levantar un campamento.

En 1986 Ballester, su discípula Josefina Castellví i Piulachs y dos técnicos pasan el verano austral reconociendo el terreno y descubren que efectivamente es perfecta. Ballester sufre un ictus meses después que le impide regresar y el proyecto queda en manos de Castellví. En enero de 1988, con la ayuda de los polacos, la joven bióloga deposita el primer contenedor. «Las Shetland permiten una logística asumible. A medida que bajas hacia el sur, los rompehielos tienen que ser más grandes y todo se complica. Y esta playa de Livingston es muy buena por varios motivos. Primero porque tenemos agua dulce. El glaciar funde, el agua acaba en un lago y llega a la base a través de un río. Además, estamos en una bahía que nos protege de los temporales y posibilita operar al Hespérides y al Sarmiento de Gamboa», explica Joan Riba, jefe actual de la base.

Una imagen de la estación en los años noventa. Los módulos han sustituido a los contenedores.
Una imagen de la estación en los años noventa. Los módulos han sustituido a los contenedores.

Reformas

De aquella primera estación solo queda el recuerdo y algún contenedor a modo de homenaje. En la última década se ha remodelado por completo hasta quedar una instalación con un estilo que ahora copian otros países y que ofrece más espacio y recursos para la ciencia y la convivencia. Uno aprecia la comodidad que ofrece Juan Carlos I cuando descubre otras bases como la búlgara, también situada en Livingston, mucho más precaria, o escucha a los investigadores portugueses Paula y Bernardo, que a finales de enero cambiarán España por la República Checa. «Nos han dicho que tendremos que dormir en tiendas, que no podemos ducharnos y que llevásemos comida porque igual no tienen suficiente. Afortunadamente volveremos aquí a finales de febrero. Será cómo ir a un Spa», comenta Paula. 

Está dotado con un ecógrafo y desfibrilador. Teo es médico de familia y especialista en medicina de montaña.
Está dotado con un ecógrafo y desfibrilador. Teo es médico de familia y especialista en medicina de montaña. Fonseca

Los diferentes módulos pueden acoger hasta cincuenta científicos, incorporan varios laboratorios y una sala médica. «Sin duda hay algo de romanticismo para venir aquí. También es una oportunidad muy estimulante porque ejercer la medicina en un lugar tan lejano no resulta fácil. Tengo que asumir, por ejemplo, que estoy solo ante una emergencia», asegura el doctor Teo Lorente. Hay un gimnasio, una cocina moderna, un salón y el comedor con las mejores vistas del mundo: enormes glaciares, un iceberg con vida propia que cambia de posición cada día, pingüinos en la playa y ballenas jorobadas que llegan a la bahía para alimentarse. Cada vez que alguien entra en este espacio de la base para desayunar, comer y cenar, la reacción es siempre la misma: asomarse por una de las ventanas para contemplar un paisaje único en la Tierra. «Hemos luchado y sufrido mucho durante años por tener esta instalación tan confortable. Pero, uno puede llegar a sentirse como en casa y perder la perspectiva de dónde estamos. Subiendo solo trescientos metros, la niebla se cierra tanto que te aísla. Aquí no te puedes relajar nunca», confiesa Joan.

El día a día es muy organizado. Se hace recuento a las 8, 13.30 y las 20 horas, coincidiendo con las comidas. Si alguien no llega debe comunicarlo por walkie-talkie, que todos llevamos encima para informar de cada movimiento en el exterior. El verdadero éxito de esta base reside en el ambiente, que alivia la sensación de estar lejos, no solo de la familia, sino de cualquier sitio. Es el famoso espíritu antártico. Todo el mundo hace de todo y siempre alguien pendiente de que te encuentres cómodo. El calor humano contrarresta el frío del lugar. Las jornadas suelen acabar con partidas de ajedrez, backgammon o viendo una película. El sábado es el día de las pizzas y el domingo se organizan excursiones.

El fin de semana el personal de la base se reúne para hacer pizzas, organizar excursiones o ver una película.
El fin de semana el personal de la base se reúne para hacer pizzas, organizar excursiones o ver una película. Fonseca

Existe un fuerte compromiso con la huella ambiental. «Solo por estar aquí generamos un impacto que debemos minimizar. La base se ha diseñado teniendo en cuenta esto. Contamos con una incineradora de doble cámara. Quemamos primero la materia orgánica y después el humo que libera la combustión. Así filtramos lo que emitimos. El humo que genera la electricidad también se usa para calentar un agua que a su vez calienta un aire que permite climatizar el interior. Por otra parte la comida debe ser justa para evitar quemar más de la cuenta. Además, aquí hay algo que no ves en otras bases: compromiso. No verás nunca basura tirada», asegura Joan.