Toda esta información se guardó con celo para que los soviéticos, que competían por llegar antes a la luna, no pudieran beneficiarse de ella. Monteagudo consiguió los originales por una carambola, en el Observatorio de París, donde Héctor Rojas trabajó durante un tiempo. El padre de Monteagudo, natural de Cambados, era amigo íntimo del científico y Pierre, cuando era niño, iba a menudo a su casa. Desde aquellas visitas de la infancia quedó fascinado con su compatriota, al que por muchas razones no se le ha reconocido su importancia en el programa Apolo. «Su papel fue absolutamente estratégico, pero para el Gobierno estadounidense de entonces era embarazoso reconocer que un hispano había sido una de las piezas clave de la misión», explica.
El desafío matemático del científico hispano consistió en realizar una serie de extrapolaciones basadas en un sistema de ecuaciones de creación propia con el objeto de encontrar un emplazamiento seguro para el alunizaje, lejos de los riesgos de los cráteres y otros accidentes lunares, así como calcular la temperatura en la zona ecuatorial de la luna, «con el objeto de diseñar unos trajes para los astronautas que pudieran resistir la radiación ultravioleta y las altísimas temperaturas en esta zona de la luna, que oscilaban entre los 120 y los 130 grados centígrados». También realizó cálculos para comprobar si el terreno lunar era lo suficientemente estable para soportar el peso del módulo lunar -más reducido en la luna porque la fuerza de la gravedad es inferior-, pues se temía que la arena de la superficie de la luna provocara el hundimiento paulatino de los artefactos espaciales.