Peregrinos de acero para el Camino

SOCIEDAD

miguel souto

Manuel García Guerra se formó en Francia como forjador y desde hace 12 años tiene también el carné de artesano como «cerralleiro». De sus manos salieron las figuras que salpican el Camino Francés

18 sep 2019 . Actualizado a las 10:38 h.

A Manuel García Guerra la vida lo llevó desde Lalín hasta Francia. Con diez años se trasladó a cerca de París y allí decidió estudiar un oficio. Fueron, explica, «tres anos de estudos nunha escola como forxador». Sin antecedentes familiares de ningún tipo con este oficio, a Manuel García lo que le tiraba era trabajar con el hierro. Desde hace unos doce años cuenta con el carné de artesano de Galicia como cerralleiro, y, aunque fabrica cerrajería y pestillos, sobre todo para establecimientos, reconoce que el grueso de su labor son las barandillas, escaleras, verjas y otros trabajos artísticos.

 De sus manos salió un pequeño ejército de peregrinos «do tamaño dun home» realizados en acero corten, encargados por una empresa y que se encuentran salpicados por la geografía española a lo largo del Camino Francés.

De momento, calcula, lleva unos 20, a los que suma otros dos realizados por encargo del Concello de Lalín y que dan la bienvenida y despiden a los peregrinos que atraviesan el casco urbano de la villa. Unos y otros son algo diferentes. Los del Camino Francés, cuenta Manuel García, «miden 1,80 metros e levan un espazo para meter unha pequena máquina» que emite monedas conmemorativas con la imagen del sitio donde están, desde el faro de Fisterra a la catedral de Santiago, pasando por Covadonga o Lourdes.

Los de Lalín son 12 centímetros más altos y portan más detalles, como un cinturón, la cruz de Santiago o la vieira. La misma empresa que le encargó los peregrinos confió también en él para la elaboración de otras figuras artísticas dispensadoras de monedas conmemorativas. En este caso fueron más de una docena de Quijotes, que lucen su esbelta figura en lugares como Madrid, Toledo o Segovia.

Este artesano lalinense se queja de que apenas hay forjadores que realicen trabajos artísticos y que «non hai quen queira aprender. Nós intentámolo tres veces con aprendices, pero non seguiron». Trabajo no le falta. Con 32 años volvió de Francia, trabajó en otras empresas y en el 2000 abrió un taller propio, Emaco, en el polígono lalinense de Botos. Allí trabaja mano a mano con su mujer, Conchi Soriano, que se encarga de las facturas y de pintar las piezas con pátinas para darles el acabado deseado.

Le enganchan los proyectos singulares y afirma que lo único que lo diferencia de otros de su oficio es que la forja artística exige «pararse máis, é menos material pero máis man de obra». Estos días trabaja en una farola para un jardín, en cuyo tronco se enredan unos delgados tubos de metal adornados con vistosas hojas imitando una planta. Un amigo artista, que talla boyas marinas de resina, se las trae para que Manuel les ponga el pie y convertirlas de esta forma en lámparas o en apliques. Las últimas son una sinfonía de motivos vegetales. Muchas veces son los clientes los que le traen un dibujo con el diseño para que lo reproduzca, y en otras ocasiones se ponen en sus manos. Un abanico variado de encargos, algunos para otros herreros y forjadores que confían en su pericia artesana, y de los que forma parte la tarea de escribir en hierro los nombres de las casas y que luego adornarán las entradas. En el taller habitan estos días varias escaleras, alguna de ellas de caracol y una de media curva, «as máis difíciles de facer», afirma.

Las medidas para las piezas

En la elaboración de cada uno de los peregrinos emplea una chapa de 3x1,5 metros de acero corten. Primero hay que hacer un patrón de cada pieza, como si fuera una prenda de ropa.