El perro que siempre verá a su dueño

Álvaro Alonso Filgueira
ÁLVARO ALONSO FERROL / LA VOZ

SOCIEDAD

ÁLVARO ALONSO

La familia de Juan decidió poner una estatua de Zippy enfrente de su lápida en el cementerio municipal de Ferrol

05 nov 2018 . Actualizado a las 12:28 h.

El perro de Rainiero de Mónaco, Odin, marchó tras el féretro del monarca el día de su entierro. Y el ferrolano Juan Teijeiro Castiñeiras lo vio atentamente por la televisión. «Yo el día que me muera quiero que pongan el nombre de mi perro en la esquela», dijo entonces. Así fue. El 1 de abril del 2016, al día siguiente de su fallecimiento, la esquela de La Voz reflejó el nombre de las mascotas entre las de los familiares. Después de su esposa, hijas e hijos políticos, aparecen «tus perritos, Zippy y Natacha».

«Mi padre no tenía nietos y sobre todo Zippy era como uno para él. Iba con nosotros a todas partes. De hecho, no lo considerábamos un animal, era un miembro más de la familia. No hablaba, pero la inteligencia que tenía era como la de una persona. A mi padre no le importaba que nosotros no estuviéramos en casa, el perro tenía que estar», cuentan sus hijas Ana y Dolores. Era tanto para Juan que el homenaje no acabó en la esquela y decidieron hacerle una estatua. Así, en el cementerio de Catabois, en Ferrol, una figura similar a Zippy mira ahora hacia la lápida de su dueño.

El perro murió hace seis meses, a un día de cumplir 13 años. «Cuando perdimos a mi padre fue cuando él empezó a enfermar. Tenía un soplo, pero a raíz de faltar él, empezó con problemas similares a los suyos: con inhaladores, falta de respiración, problemas de corazón, riñón, todo. Se le fue acentuando y hubo que sacrificarlo porque estaba muy malito», cuenta Ana.

«Quiero mentalizarme de que siguen estando juntos», dice la hija. El perro, al estar prohibido, no está enterrado en el camposanto público. Sus cenizas descansan en casa al lado de una copia de su huella. No obstante, la estatua ejerce de recuerdo. Y no fue fácil que llegara al cementerio. Por un lado, hubo que conseguir el permiso del Concello, que tardó un año. Por otra parte, hubo que encontrar una figura de un maltés lo más semejante a Zippy. Finalmente, sin éxito al buscarla por España, la trajo un familiar desde Chicago. Curiosamente, del mismo país de procedencia que el perro, que vino de Miami. El pedestal, con la inscripción «Siempre juntos», lo hizo el mismo marmolista que la lápida, Ubaldo Rey. «Me gusta mucho como quedó, no podía ser muy alarmante», valora Ana.

Antes de morir, Zippy pudo despedirse de alguna manera de su querido dueño. «No nos dejaban entrar con él en el cementerio, pero un día lo trajimos escondido, en brazos, debajo de una manta. Le dijimos: "Dale un beso, que ahí está papá". Y le fue a dar besos a la lápida», relata Dolores, que cree que el homenaje fue «lo mejor» que se le pudo hacer a su padre. «Siempre estaba en sus zapatillas y desde que murió mi padre eso desapareció por completo. No quería ni dormir en la cama ni que nadie durmiera en su sitio», añade. El marido de Ana, José, confirma que «la unión que había se notaba; tenían una simbiosis».

El jueves, día de Todos los Santos, le pusieron, como todas las semanas, las mismas flores a la lápida y a la estatua, que está ubicada enfrente, en el césped. Ahora la familia tiene un nuevo perro, pero por el momento la ausencia de Zippy es evidente. «Si me muero, espero que junten sus cenizas con las mías», concluye Ana.