«Es increíble que se juzgue a las violadas, pero no a los violadores»

Xosé Carreira LUGO / LA VOZ

SOCIEDAD

JDIGES | EFE

Esta víctima lucense lloró con la sentencia de La Manada; a ella la agredieron hace cinco años y todavía no puede salir de noche

04 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Si cuando intentó escapar no se le hubiera roto el pequeño tacón de un zapato, quizás hubiese evitado la que fue la mayor pesadilla de su vida. El hombre que instantes antes se había mostrado con ella extremadamente amigable la atrapó, le dio un botellazo en la cabeza, la arrastró y acabó violándola. Esa es solo una parte de la noche de terror que le tocó vivir, en la primavera de 2013, a la lucense María Aguirre (nombre supuesto), que en la actualidad roza los 60 años.

El individuo que llevó a cabo semejante hecho, en el establecimiento en el que trabajaba la víctima, está en la cárcel cumpliendo una condena que supera los veinte años de prisión. María no fue la única víctima, pero sí la que se llevó la peor parte. Otra mujer de su edad, atacada en la calle por el mismo agresor, tuvo más suerte porque le dio tiempo a ponerse a salvo. El detenido no supo que la mujer que violó tocó insistentemente una alarma oculta. La policía no llegó a tiempo para evitar la agresión, pero sí para pillar al violador.

«Lloré de rabia cuando conocí la sentencia de La Manada. Además de recibirla con indignación, sentí mucho dolor por el tratamiento que estaba recibiendo la afectada. ¡Se nos juzga a las víctimas, a las violadas, pero no a los violadores! ¡Es increíble! ¡Se las juzga a ellas! Si estás separada y sales con alguien, dicen que quién te mandó; si llevas una minifalda, es que vas provocando; si conoces a alguien y vas a tomar algo... Mira qué vida lleva, es que sale y se ríe y cuenta chistes... ¿Qué pasa, una mujer tiene que dejar de existir?», plantea María con indignación y lágrimas.

Esta lucense ocultó durante años a sus hijos lo que le había sucedido. Se atrevió a contarlo cuando fijaron fecha para el juicio, que tardó tres años en celebrarse. Cree que el resto de la familia no sabe nada. Ella no lo contó. «No nos olvidemos: no salen a la luz todas las violaciones que se producen. Muchas mujeres no denuncian porque están aterrorizadas. Se gasta mucho dinero en campañas sobre los malos tratos, pero el sistema no funciona. Está hecho por hombres», advierte. En esa misma línea, dice que quiso leer la sentencia. «Pero me parece lamentable que para un voto de un magistrado se necesitaran doscientos y pico folios, muchos de ellos para juzgar a la víctima», comenta.

«Las leyes hay que cambiarlas, pero para han de participar las mujeres. Muchas están preparadas y llevan muchos años de lucha y tienen mucho que decir. ¡Pueden hacer aportaciones, pero no se les permite! Muchas fueron maltratadas. Pero, ¿qué ocurre? Como son de unas ideas diferentes a las que ‘‘tenemos’’ ahora [se refiere a las del Gobierno], no sirven. No olvidemos que se transmitió el mensaje de que si eres feminista es que vas en contra de los hombres. ¡No! El feminismo es luchar por una igualdad real en todo», expresa.

«Hablan alegremente»

La pesadilla no acabó para María cuando un tribunal de Lugo condenó al que la violó a 22 años de cárcel. Cinco años después no sale de noche y en la calle adopta muchas precauciones.

«Me molesta que muchos hablen alegremente sin tener ni idea. Yo casi había logrado escapar, pero me pilló. Fue peor, porque me agredió más y me repitió varias veces: ‘‘No me mires, que te mato’’. Era imposible que pudiera desprenderme de él. Por eso me molesta que mucha gente se ponga a hablar tan alegremente de un hecho así cuando no tienen ni idea», apunta María. Ahonda todavía más en su vivencia. «Estuve sola en el juicio. Me temblaban las piernas en el sitio en el que me metieron. Tenía frío. Cuando entré a la sala no lo vi, porque estaba detrás de un biombo, pero tuve que parar muchas veces. Mi abogada me tenía que recordar cosas porque las olvidaba... ¡Sentí una gran soledad!», explica.

«Dicen que no, pero la vida se parte. No volví a salir de noche. Cuando entro en casa temo que haya alguien en el ascensor. Si estoy en la calle al anochecer me cambio de acera si viene de frente un hombre», relata.

Pero aún hay más. «Llevo esperando un año por una revisión, porque suponen que estoy ‘‘muy bien’’. Tardaron cinco meses en darme la primera consulta para un psicólogo y cuando por fin me atendió me dijo que había tenido mala suerte porque Lugo es una ciudad pequeña y tranquila. La segunda vez que fui le pregunté: ¿Lugo es una ciudad tranquila comparada con qué? Después empezó a atenderme una psicóloga, pero las consultas ya se acabaron».

Y una última cuestión. «Como el sujeto es insolvente, pago yo a la abogada, a la que estoy agradecidísima», expresó María.

«Con 14 anos sabía que se dicía algo ía volverse en contra miña»

tamara montero

«O meu foi un abuso sexual reiterado por parte dun familiar cando eu era pequena. Non sei cantas, pero foron moitas veces». Lo dice así, sin más. Sin ambages. Mira a los ojos, porque no tiene miedo. Ya no. La primera vez que lo verbalizó tenía catorce años. No fue en casa. Se abrió con una monitora. Llevaba sufriéndolo desde los nueve. «Se che digo a verdade non me lembro». Se ha emborronado ese momento. El momento en el que por primera vez lo contó a sus padres.

Escuchar como desgrana aquellos instantes, lo que es capaz de recordar, desgarra. Y entonces, un brillo en la pupila. La fuerza, que se abre paso. «Isto supérase». María -nombre ficticio- tomó a los 14 años la decisión de no denunciar. No se arrepiente. Nunca se ha arrepentido. Y menos ahora. «Preguntáronme se quería e dixen que non». Había interiorizado la culpa. «Sabía que se dicía algo se ía volver en contra miña. Isto que estamos vendo que pasou agora, eu tiña moi claro con 14 anos que ía pasar. Que se dicía algo a mala ía ser eu. Que eu ía ser quen provocara todo». Que, al final, culparían a la víctima.

La primera noticia con la que se despertó ayer es que se estaban filtrando los datos personales de la víctima de La Manada. Se levantó comprobando hasta qué punto llega la miseria humana. «A min minoume». Es la respuesta a qué ha sentido con la sentencia. «A sospeita que sempre tes de que é lexítimo o que eles fixeron velo constatado nunha sentenza», dice. «Sempre tiveches ese medo, que non me van crer, que non vai cambiar nada, que non vai haber castigo e non vai ter repercusión, que el vai levar a súa vida normal, e ti a que cargas con todo. Ves iso pero nun caso mediático». Como mirarse en un espejo. Y sentirse desamparada.

Quizá una de las cosas más duras que ha hecho ha sido ponerle nombre a lo que le pasó. Etiquetarlo. «Asumir que fuches violada son palabras moi gordas. E agora ves que non, que en realidade non fuches violada porque un xuíz, unha persoa que sabe moito máis ca ti, di que non, que non foi violencia. Que te vexas paralizada polo medo non é violento». Le duele. En el alma. «A min nunca me bourou, nin houbo unha palabra máis alta ca outra. Pero a relación de poder que había entre nós era notoria».

Y entonces, otra vez la fuerza. Y recuerda que otra vez empezó a contarlo. Esta vez fuera de casa, con la campaña de Primeiro Acoso del Concello de Pontevedra. «É algo co que vives sempre, pero do mesmo xeito que vives sempre coa experiencia de que fuches pasar un verán ao estranxeiro, sempre tes ese recordo e vai aflorar». Sí, se supera. Claro que se supera. «As vítimas de violación temos unha vida normal, e saímos de festa e metémonos por calellas escuras e non pasa nada. Pero tampouco se pode pretender vivir coma se non pasara».

Sí. María necesitó ayuda. Lo descubrió cuando otro hombre, esta vez durante su primer año de universidad, intentó agredirla. Corrió. Y se pasó 24 horas sin moverse del hueco entre la pared y la cama. Y en los días siguientes apenas se movía de casa. Hasta que habló con una psicóloga del centro Quérote. «O medo non é o que nos define», zanja.