«Halley», el cometa que venció al miedo

Xavier Fonseca Blanco
XAVIER FONSECA REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

Xavier Fonseca

Emund Halley acabó con siglos de superstición llegó a la conclusión de que los cometas dibujan enormes órbitas alrededor del Sol y que los detectados en 1531, 1607 y 1682 en realidad eran el mismo

13 nov 2020 . Actualizado a las 14:05 h.

Durante milenios las estrellas ejercieron de calendario para los seres humanos. Los astros mostraban el paso de las estaciones y entender el cielo nocturno era una cuestión de pura supervivencia. En aquel contexto, cuando aparecía un objeto inesperado como un cometa, las antiguas civilizaciones creían que era el anuncio de hambre, guerras y enfermedades. Ese temor acompañó a la humanidad hasta hace poco tiempo.

En 1664 los ingleses culparon a un cometa de La Gran Plaga de Londres que mató a miles de personas. Pero aquella visita despertó el interés de un niño de ocho años, Edmund Halley. Su vida al servicio de la ciencia permitiría acabar con siglos de superstición. A partir de las antiguas observaciones realizadas entre 1472 y 1698 y usando las matemáticas y teorías de su buen amigo Isaac Newton, llegó a la conclusión de que los cometas dibujan enormes órbitas alrededor del Sol y que los detectados en 1531, 1607 y 1682 eran el mismo. También predijo con acierto que regresaría en 1758 aunque ya había fallecido y por ello el cometa lleva su nombre. «Es un objeto muy grande y brillante, con unos diez kilómetros de diámetro y por ello es fácil de observar. Su período orbital es de unos ochenta años y siempre que se aproxima a la Tierra se puede apreciar a simple vista» dice el astrónomo Borja Tosar.

Estos días coincide con el máximo de actividad de las Oriónidas, la lluvia de meteoros asociada al Halley. «Un cometa es una bola de hielo que cuando se acerca al Sol comienza a calentarse y se evapora, formando una cola o melena. De hecho la palabra cometa significaba cabellera en griego. Cada año, siempre por estas fechas, la Tierra atraviesa la nube de polvo que produce el Halley. Las partículas se precipitan a gran velocidad en la atmósfera, se vuelven incandescentes y comienzan a brillar» añade Tosar. El resultado final de este proceso que genera polvo de cometa chamuscado es lo que vemos como una lluvia de estrellas fugaces. «Se llaman Oriónidas porque los meteoros parecen salir en todas las direcciones desde un punto concreto del cielo que se conoce como radiante. En este caso el radiante se encuentra en Orión. Para ver los meteoros hay que esperar a que la constelación se sitúe alta sobre el horizonte y eso ocurre a partir de la una de la madrugada» termina el físico. No es un espectáculo muy activo, con unas 25 estrellas fugaces por hora, pero que merece la pena contemplar aunque solo sea por recordar a Halley, el hombre que usó la ciencia para superar el miedo.