«Non sei como non morrín»

Susana Acosta
Susana Acosta REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

División azul
Vitor Mejuto / Archivo La Voz

Este vecino de Arteixo, que participó en el frente ruso con la División Azul y al que su familia dio por muerto en 1943, todavía no ha podido olvidar el intenso frío y el hambre que pasó

27 sep 2017 . Actualizado a las 08:49 h.

Los años han pasado por Juan Antonio Sanjurjo Costa, conocido en Arteixo como Antonio, el Alemán. Hace apenas cinco, pelaba patatas en un pequeño alpendre que tiene junto a su casa y en cada corte se quitaba arrugas. Retrocedía más de 70 años de un plumazo y contaba su participación en el frente ruso con la División Azul, los miles de voluntarios que Franco envió para apoyar a Hitler mientras España mantenía oficialmente la neutralidad en la Segunda Guerra Mundial. Ahora, a sus 97 inviernos, el bastón se ha convertido en su compañero. Pero, aún así, baja con decisión las escaleras. Su pelo se ha teñido algo más de blanco, aunque no demasiado. Apenas tiene canas. Y ya no pela patatas, ahora pasea. Sus ojos, igual de grises y brillantes que entonces, han dejado de ver como hace un lustro. La claridad le molesta y opta por ponerse unas gafas de sol. Ha cambiado la oscuridad del búnker donde ayudaba a su sobrina en las tareas domésticas por el patio de armas de su casa y el cielo abierto: «Non cobrei nada, ao perder non puiden cobrar», fueron las primeras palabras que salieron de su boca sobre sus años en Rusia. Porque si Antonio decidió ir al país siberiano lo hizo por dinero. Siempre lo tuvo claro, por eso la intervención estadounidense en la contienda le fastidió tanto, una opinión que no comparte con el resto de la humanidad: «Fun polos cartos e se non se tiveran metido, cobraría. Xa mirei nunha xestoría, pero ao perder a guerra dixeron que non tiña dereito», asegura con un discurso algo menos coherente que el de hace un lustro.

Sanjurjo se alistó con 16 años en la Legión para luchar en las filas de Franco, en 1936, y de ahí pasó a la División Azul. No regresó a Arteixo hasta 1943, cuando su familia y todos los vecinos ya lo daban por muerto: «Tiveron que cambiar o libro de familia, porque alí xa aparecía que estaba morto», comenta Josefina Sanjurjo, su sobrina y la persona que cuida con cariño a Antonio.

Era carnaval cuando llegó y no se hablaba de otra cosa en Arteixo. El viaje lo hizo en autobús, todavía se acuerda de lo que le cobraron: «Unha peseta». Tuvo que ver el mar de la playa de Sabón para darse cuenta de que ya estaba en casa. Aprender a vivir de nuevo en el municipio coruñés tras siete años de guerra no fue fácil. Cuenta su sobrina que las pesadillas fueron recurrentes y que, en ocasiones, trataba a sus hermanos pequeños como si fueran soldados.

De los alemanes dice Antonio que eran «moi listos», aunque no dudaban en fusilar a los de sus propias filas si cometían cualquier error, como el de un compañero suyo al que se le disparó el arma, un episodio que presenció él mismo. Pero este vecino de Arteixo siempre se las supo arreglar, aunque el frío de entonces todavía le cala los huesos: «Era moita friaxe. Había polo menos tres metros de altura de neve. Estabamos a menos 40 grados. Non sei como non morrín», comenta Antonio después de relatar con constantes interrupciones que estuvo a punto de que se le congelaran las manos en la batalla de Leningrado (actual San Petersburgo): «Díxome un capitán que as metera na neve para quitar o frío, non o cría, pero resultou», explica. Pero si el frío era horrible, el hambre también: «Dábannos mantequilla, vodka... A caña que tiñan era boa, pero comíase mal. Pasábase moita fame», dice. Pero todo eso cambió cuando se hizo un sitio en la cocina del destacamento:«Alí comíase ben. Tiñamos bistecs e viño», confiesa este superviviente, que interrumpe abruptamente la conversación. «Teño que pasear», dice mientras guarda en alguna zona oculta de su mente los peores recuerdos de las trincheras.