Los libros robados

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado ESCRITOR Y PERIODISTA

SOCIEDAD

Ed

Allá a finales de a década de 1970 robar libros llegó a estar bien considerado y ese acto se asociaba a un perfil determinado de lector joven que entonces caía bien

19 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hubo un tiempo, allá a finales de la década de 1970, en que robar libros llegó a estar bien considerado. No por los libreros, claro está, que con toda razón vigilaban que no les expoliasen, sino por un perfil determinado de lector joven que entonces caía bien. Rosa León lo confesaba con orgullo generacional cuando cantaba aquello de «algunas tardes venías con tu hermano / para ir al cine y, a veces, a robar / los libros primeros de Kafka, Machado o de Marx.»

Lo cierto es que, quitando a Machado, que lo enseñaban en el instituto, estos libros robados se leían más bien poco, porque no iba por ahí la cosa. Más que soportes de ideas eran trofeos de caza, señas de identidad juvenil, como ahora la marca de la ropa o la tribu urbana. Se partía de que Kafka, Marx (y Bukowski, Kerouac o Burroughs, que completaban la lista) eran una cultura alternativa. Puesto que lo normal era comprarlos, lo alternativo era no comprarlos. Se veía como un compromiso mayor con la cultura el correr el riesgo de que te pillasen y llamasen a tus padres que gastarse en libros los duros del futbolín. Y aunque ahora pueda parecer increíble, el lomo de un libro de Bakunin en una repisa, sobre la cama, en un piso de estudiante, funcionaba como reclamo; y como afrodisíaco si era robado.

En fin, se entendía que era un acto revolucionario esto apropiarse de la cultura de manos de las editoriales burguesas, que luego resulta que de burguesas no tenían nada y en su mayor parte consistían en un par de trotskistas macilentos con una máquina de escribir Olivetti en una entreplanta en la Barcelona canalla, y un letrero en la puerta que decía «Editorial».

La moda de la apropiación estaba tan extendida en aquellos años que reconozco que yo sentía una secreta vergüenza porque pagaba religiosamente por los libros. Cuidando de que no me viese nadie, entraba en Souto o en Alonso -hablo de Lugo - y le entregaba el dinero a la librera con un sentimiento de culpabilidad, como si estuviese haciendo algo malo. Así leí yo a Kafka y a Machado, lo reconozco: a cambio de dinero. A Marx no, porque, como tanta gente, consideraba que lo tenía convalidado por haberme visto en el Cine Paz las cinco horas y veinte que dura el Novecento de Bertolucci. Pero sí me leí a Burroughs, que no me gustó nada, y a Bukowski, que sí me gustó mucho.

Como me acuerdo de todo esto, me he llevado una sorpresa al echar un vistazo a la lista de libros más robados en las librerías británicas el año pasado. Aparte de Harry Potter y algún otro best-seller, aparecen en la lista Burroughs, Kerouac, Kafka, Bukowski… Bukowski, en concreto, se sigue robando con tanta frecuencia que una cadena de librerías no lo pone en las estanterías y que hay que pedirlo en el mostrador, como si se tratase de un medicamento sujeto a prescripción médica.

De España no hay datos concretos, pero parece que no habría grandes diferencias. Lo que quiere decir que aquello no era solo una moda, y que esos libros en concreto llevaban marcado a fuego su destino, por decirlo de alguna manera. Quizás es cierto que eran una cultura alternativa, después de todo. Pero yo de esto solo saco dos conclusiones, una triste y la otra melancólica. La triste es que, quitando a Burroughs, hay más y mejor literatura en la lista de los libros más robados que en la de los más vendidos, lo cual es una mala señal. La melancólica es que echo mucho de menos a Souto y a Alonso.