Cuento de Navidad

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado ESCRITOR Y PERIODISTA

SOCIEDAD

Ed

El Fantasma de las Navidades Presentes me llevó a dar una vuelta por Belén. Entremos por el puesto militar y pude leer en el cartel de una prisión «La paz sea contigo»

24 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Como en la famosa novela de Dickens, de la que se han hecho tantas versiones, me visitó el Fantasma de las Navidades Pasadas y me llevó a contemplar las fiestas de mi infancia. Desde una cierta distancia, me vi a mí mismo con mi hermano y mi padre, recogiendo musgo al lado de la carretera; y luego poniendo el nacimiento con mi hermana y mi madre. Colocábamos el río de papel de aluminio, el castillo de Herodes, los pastores, los ángeles colgando de sedal de pescar, los reyes… Un día vimos que de entre el musgo había salido una araña que había tejido su tela en el portal.

Dimos un salto en el tiempo y el espectro me llevó entonces a la Navidad de 1999. De repente estábamos en Belén, pero esta vez en el de verdad, donde yo trabajaba en esa época en un proyecto de restauración de la ciudad y la celebración de las Navidades y el Milenio. Es decir: mi trabajo era poner un Belén, solo que en este caso el auténtico.

El fantasma me llevó a pasear por la plaza del Pesebre, donde se erguía un gigantesco árbol de Navidad. Era el último año del llamado proceso de paz. Las calles estaban llenas de gente, vecinos, periodistas y turistas. Incluso había algunos israelíes que habían venido a participar de la fiesta. Me vi a mí mismo hablando con los guías turísticos a los que habíamos formado como parte de un proyecto de las Naciones Unidas. Les aseguraba que todo iba a ir mejor a partir de entonces.

Hubiese querido quedarme más tiempo, pero no era posible. El espíritu tenía que llevarme de vuelta al presente, donde me esperaba un segundo espectro.

Como es sabido, el Fantasma de las Navidades Presentes viste de verde y va descalzo. También me llevó a dar una vuelta por Belén. Entramos por el puesto militar de control, donde los árabes se agolpaban en una cola somnolienta que apenas se movía. En la puerta del Muro de ocho metros que había convertido a Belén en una prisión vi el cartel del Ministerio de Turismo israelí que dice «La paz sea contigo». Observé que lo que era en mis tiempos el jardín infantil de los griegos ortodoxos ha sido incautado para convertirlo en zona militar. Bajamos por la calle de la Estrella y me sorprendió comprobar que apenas había turistas. Muchos comercios y tiendas que conocía, donde se trabajaba la madera de olivo y se vendían aceites aromáticos y recuerdos, habían cerrado. La plaza del Pesebre estaba casi vacía. Seguimos andando y desde el mirador de la calle al-Attan vi que alrededor de Belén se estaba completando otro muro: veintisiete asentamientos israelíes avanzan hacia la ciudad como una marea de hormigón.

«Espíritu», le dije, parafraseando al personaje de Dickens, «no me muestres nada más y llévame a casa».

Pero aún quedaba un espectro, que apareció a la medianoche: el Fantasma de las Navidades Futuras. Vestía de negro, no se veía su rostro, solo su mano extendida, y «en su caminar parecía arrastrar todas las tristezas y desgracias».

Le pregunté si me iba a mostrar las sombras de las cosas que todavía no han sucedido pero que sucederán. Y asintió con la cabeza.

De repente estábamos en Beit Sahour, en el Campo de los Pastores, desde donde se ve toda la ciudad de Belén, sus casas y las torres de sus iglesias y mezquitas. Yo estaba mirando el suelo, porque tenía los zapatos llenos de polvo del camino. Y en el suelo vi la araña de aquel nacimiento de mi infancia pasar por encima de mis pies y seguir camino. Entonces el espectro me cogió del brazo y señaló al frente, para que viese lo que le había sucedido a Belén. Y lo que vi me heló la sangre.