La depresión posvacacional no existe

Pilar grela, j.a. REDACCIÓN / LA VOZ

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Los expertos afirman que los síntomas son los de un período de adaptación

02 sep 2016 . Actualizado a las 08:06 h.

Apatía, cansancio, falta de concentración... Si usted acaba de incorporarse al trabajo y sufre alguno de estos síntomas, no se alarme, no padece una depresión posvacacional. «El síndrome posvacacional no está admitido por las clasificaciones de enfermedades mentales de la Asociación Estadounidense de Psicología (APA) ni por la OMS», declara Manuel Serrano, presidente de la Asociación Gallega de Psiquiatría, que explica que, aunque sí existan una serie de síntomas relacionados con el fin de las vacaciones, corresponden más a una situación adaptativa que a un trastorno del cerebro.

Manuel Fernández, psicólogo clínico y psicoterapeuta, considera «un abuso elevar a categoría clínica este fenómeno», algo que desaprueba también por una cuestión de «pudor social» hacia las personas que sufren depresión real y hacia el elevado número de parados que hay en España. «En nuestra sociedad se da una psicopatologización excesiva de la vida cotidiana», concluye.

«El cerebro es un órgano acostumbrado a predecir la realidad inmediata y el 80 % de su actividad es inconsciente. La vuelta a la rutina requiere adaptar los automatismos vacacionales a los propios del período de trabajo», aclara Javier Cudeiro, director del grupo de Neurociencia y Control Motor de la UDC (Neurocon).

Los síntomas habituales de la adaptación a la rutina laboral son fatiga, falta de concentración, cansancio, apatía, estrés o alteraciones en los ritmos del sueño y la dieta, pero en cualquier caso, no suelen prolongarse más de una semana. «El cerebro también desconecta durante el fin de semana, y no por ello se habla de un síndrome del lunes», apunta Serrano, a lo que Fernández añade que «muchas veces este malestar se relaciona más con el vínculo que implica la actividad laboral que con la actividad en sí misma. En una sociedad tan individualista, a veces «el infierno son los otros», como dijo Sartre». 

Una cuestión de actitud

«La vuelta a una actividad depende de lo gratificante que resulte», subraya Fernández, y Serrano apunta que la actitud es muy importante a la hora de afrontar la reincorporación al trabajo. «Se aconseja hacerlo de forma gradual, con cierto optimismo y con consciencia de que se va a realizar un esfuerzo», explica. Cudeiro recomienda «anticiparse al final de las vacaciones e ir adaptándose a la rutina mientras estas duren, como mínimo a las de sueño y dietas, que juegan un papel crucial».

Es importante tener presente que las vacaciones suponen un descanso porque no son eternas. «Una inactividad excesiva conduce a la apatía y genera insatisfacción, porque el deseo exige sentirse realizado», comenta Fernández para ilustrar que existe un cansancio ligado al descanso. Declara, además, que «el mejor aval para sentirse motivado es dedicarse a un trabajo con el que se esté a gusto en la medida de lo posible», y recomienda «relativizar, aunque sin renunciar a mejorar las condiciones laborales si es posible, y recordar que hasta en los trabajos más vocacionales hay tareas que resultan pesadas».

«El sueño es un período activo muy importante con función reparadora física y mental al que a menudo no prestamos la atención que deberíamos», aclara Serrano. «Dormir bien y lo justo no es fácil en una sociedad que pretende hacerlo todo, pero para la salud es fundamental respetar ciertos horarios», añade Cudeiro, relacionando el sueño y el buen funcionamiento del cerebro. «Prueba de ello es que, si estos horarios se desordenan durante las vacaciones, la propia rutina acaba por regularlos», concluye Fernández. 

Tener en cuenta a los niños

Una población muy afectada por los cambios que supone la vuelta de las vacaciones son los niños en edad escolar. «Sus vacaciones son largas y vacías de formación cultural, por lo que les cuesta adaptarse al curso», dice Cudeiro, que aconseja inculcarles rutinas saludables desde pequeños. «Mientras que un adulto debe descansar de media unas siete u ocho horas diarias, se recomienda que los niños duerman, como mínimo, una hora más, que desayunen de forma abundante y que repartan otras tres comidas de modo que no cenen más tarde de las ocho. Hay que intentar que nuestros malos hábitos les afecten lo menos posible», subraya Cudeiro.