Dan ganas de hablar ahora de la muerte del libro digital, pero sería caer en la misma equivocación. El libro electrónico tiene su nicho comercial y lo conservará. Para algunos géneros (enciclopedias, informes, anuarios) y algunos usos (leer en el metro, de pie o en cama) puede ser más útil que el libro de papel. Era un debate sin sentido y sigue siéndolo.
Me parece más interesante, en cambio, preguntarse el porqué de esta resistencia del libro. No es una cuestión romántica como el revival de los discos de vinilo, que no pasa de ser un culto nostálgico minoritario. El libro resiste por motivos prácticos. Para empezar, tiene la ventaja de ser un objeto. Como tal, despierta el deseo de posesión, mientras que un libro electrónico no deja de ser simplemente un archivo informático, una abstracción invisible hasta que uno lo abre. La portada y el formato del libro en papel, a los que tantos esfuerzos han dedicado siempre los editores, funcionan como reclamos y anclas de la memoria, individualizan el texto, le proporcionan una personalidad. A cambio, el e-reader ofrece la posibilidad de llevar en un dispositivo cientos de libros digitales. Pero leer no es como escuchar canciones que duran como media tres minutos. La lectura requiere un cierto compromiso de tiempo y concentración profunda, por lo que tener acceso a cientos de libros, salvo que uno esté escribiendo una tesis doctoral, es innecesario, incluso un estorbo.