Pacific City

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

SOCIEDAD

En el siglo XIX, el pensador Albert K. Owen puso en pie su utopía socialista junto a la vecina Topolobampo, una ciudad donde no iba a haber ni avaricia ni violencia y donde, muchos años más tarde, se haría arreglar una casa el Chapo Guzmán

16 ene 2016 . Actualizado a las 08:28 h.

Los Mochis, la localidad de la costa pacífica mexicana en la que capturaron al Chapo Guzmán, tiene su pequeño lugar en la historia de las ideologías. Junto a la vecina Topolobampo, fue allí donde hacia finales del siglo XIX el pensador Albert K. Owen puso en pie su utopía socialista. Pacific City, como la llamó, iba a ser la primera ciudad del mundo en la que reinaría la fraternidad universal. Owen estaba convencido de que, por medio del cooperativismo y el socialismo cristiano, se podían erradicar la avaricia, la violencia y la injusticia. A la larga, la propiedad privada también se haría innecesaria, y lo mismo las leyes.

Fracasó. Debilitados por la malaria, enfrentados por pequeñas rencillas y tentados por la prosperidad de la industria azucarera, los utópicos acabaron abandonando su experimento y de Pacific City no quedó ni el nombre. Al fin y al cabo, etimológicamente, utopía no significa lugar ideal sino lugar que no existe.

En esa ciudad donde no iba a haber ni avaricia ni violencia ni injusticia fue donde se hizo arreglar una casa el Chapo Guzmán. Se convirtió así en la capital oficiosa de una de las organizaciones más criminales del mundo, el cártel de Sinaloa. Se plantaron olivos alrededor de la vivienda, no como símbolo de la paz sino para ocultar el lugar a las miradas indiscretas. Se levantó un muro pintado de blanco, se colocaron cámaras de circuito cerrado y alambradas. En cierto modo, se puede considerar otro experimento utópico. También el Chapo creía que las leyes son un estorbo y, aunque no estaba a favor de la abolición de la propiedad privada, no tenía un gran respeto por la de los demás. Digamos que la suya era la utopía de la impunidad del crimen, que también es una forma extrema de libertad porque, como mostraba Camus en su Calígula, el único hombre absolutamente libre es el tirano.

El Chapo había preparado su casa de Los Mochis como si fuese el baúl de un prestidigitador, con puertas secretas, túneles y trampas que le permitiesen huir en caso de un asalto. De hecho, cuando llegaron los marines a prenderlo logró escapar por un túnel que comunicaba con el alcantarillado y que estaba oculto tras un espejo. Pero lo traicionó la lluvia. Caía con tanta fuerza que el narco tuvo miedo de ahogarse y terminó saliendo de las alcantarillas al exterior, donde acabó en manos de las fuerzas de seguridad.

En la segunda parte de Alicia en el país de las maravillas, Alicia también se mete dentro de un espejo y se encuentra con que lo que hay al otro lado es un mundo del revés en el que rigen las reglas del ajedrez. Lo que encontró el Chapo al otro lado del espejo fue un jaque mate y también un México del revés: uno en el que el criminal lo paga, aunque sea provisionalmente.

La casa de Los Mochis está ahora engalanada con las cintas amarillas de la policía. Entre las paredes agujereadas por los balazos no hay más que un revoltijo de comida, deuvedés de series de narcotraficantes, tinte del pelo y productos afrodisíacos. La gente que pasa se hace selfies. Algunos visten la camisa con la que aparecía el Chapo en la entrevista que el actor Sean Penn le hizo para la revista Rolling Stone, y que se ha convertido en un éxito de ventas -«La camisa más buscada», dice la publicidad-.

Los Mochis ha pasado a ser, por tanto, la sede de dos utopías fracasadas: la de la fraternidad universal de Owen y la del crimen impune del Chapo Guzmán. La lección está clara: ni el Bien ni el Mal absolutos son sostenibles a largo plazo. Pero no son lo mismo.