Pero donde más vergüenza pasé, y aún me pongo colorado al recordarlo, fue hace ya años con una amiga inglesa que nos vino a visitar y con la que me puse a jugar al tenis de mesa. Para animarla, quería decirle que su revés era muy bueno, pero con mi inglés autodidacta utilizaba la palabra backside (culo) en vez de backhand, y no paraba de decirle que su backside era de alucine, que lo tenía perfecto y que nunca había visto nada mejor. Más tarde, entre risas, me confesaba que al principio pensó que los españoles éramos así de ligones, pero que, como insistía tanto, estuvo a punto de salir corriendo pensando que era un violador en potencia o algo así.
No puedo acabar sin recordar a mi amiga Leonor, una investigadora portuguesa muy brillante con la que compartí unas charlas en Brasil. El portugués que hablan en Portugal es fonéticamente muy complejo, pero el de Brasil es mucho más sencillo, parecido al gallego. Como Leonor tiene un acento lisboeta muy cerrado, en Brasil algunos la entendían muy mal y pensaban que ella era la gallega y yo, el portugués, lo que la enfadaba mucho. El colmo fue en el aeropuerto, volviendo los dos, cuando hablando el uno con el otro, ella en portugués y yo en gallego, la empleada que nos atendía nos dijo en perfecto inglés: «Lo siento, tenían asientos de emergencia, pero les tengo que poner atrás porque ahí solo pueden ir los pasajeros cuya lengua materna sea el portugués». Ella no dijo una palabra, cogió las tarjetas de embarque y después me soltó toda «chateada»: «Estes brasileiros até não sabem que o português vem de Portugal».