Curar a carcajada limpia

Jorge Casanova
Jorge Casanova SANTIAGO / LA VOZ

SOCIEDAD

MONICA IRAGO

Niños y padres se evaden durante una hora del agobio de vivir en un hospital

03 oct 2014 . Actualizado a las 07:27 h.

Hace ya más de una hora que el espectáculo ha terminado, pero Nerea sigue acariciando como un tesoro los restos de la cuerda con la que la maga-payasa Lola Mento y ella misma protagonizaron un truco de ilusionismo tan viejo como efectivo. Está a punto de cumplir siete años y ha pasado un rato inolvidable. Tanto, que le gustaría que durase para siempre. En la mejilla lleva el perfil de carmín que delimita uno de los besos que le plantó la payasa: «No me deja que se lo quite», dice su abuela y los ojos de Nerea parece que aún están allí, en medio de la sesión de payasos que convirtió la mañana de ayer en una jornada diferente para la chavalada ingresada en el Hospital Clínico de Santiago. Bueno, para la chavalada y para sus padres, que se lo pasaron tan bien como los pequeños.

Los responsables de las risotadas que se colaron ayer por los pasillos del hospital fueron Lola Mento y Luigi, dos profesionales de la oenegé Payasos sin fronteras en plena gira de la mano de Correos y su programa «Correos reparte sonrisas». Antes que en Santiago estuvieron en Lugo y Vilagarcía y en todos los sitios consiguieron lo mismo: que su auditorio se tronche con cuatro trucos y cuatro chistes ejecutados con mucho corazón.

Porque hay que tener humor para reírse en medio de los goteros, las férulas, las vendas o las sillas de ruedas; mientras las enfermeras entran y salen buscando a tal o a cual niño al que hay que medicar o que el doctor quiere ver. Entre el auditorio de ayer había un amplio rosario de patologías, algunas muy graves. Pero frente a la roja nariz de un payaso, todos los males se igualan por lo bajo y las sonrisas, cuando no las carcajadas, diluyen el expediente médico, aunque solo sea por una hora.

Lola y Luigi se hacen enseguida con el auditorio. Pese a la reticencia de algunos niños, al final todos acaban embaucados por su magia. En un momento dado suena un móvil y antes de que su dueña pueda responder, Luigi se hace con él y comienza una conversación absurda con un interlocutor seguramente más que sorprendido. «Ha colgado. No sé por qué», dice el payaso entre las carcajadas del público.

Una escuela diferente

Todo el tinglado se desarrolla en la escuela Camilo José Cela, que es un aula única, integrada dentro del Hospital Clínico y donde los niños ingresados intentan recuperar algo de su vida prehospitalaria a través de la educación y el juego. La dirige Ruth, una mujer que es todo energía y que, asegura, nunca se divirtió tanto viendo a unos payasos. Y eso que ya asistió a unas cuantas sesiones como estas. Pero está claro que entre Luigi y Lola hay una química especial: «El humor positiviza muchas cosas», dice Carmen Rubio, la coordinadora de Payasos Sin Fronteras que acompaña al grupo en esta gira. Tiene un montón de anécdotas para contar. No solo de las que te hacen reír. También de las que hacen llorar: «Hace unos días estuvimos en un hospital donde, casi al final de una sesión, uno de los niños esbozó un atisbo de sonrisa. Eso provocó que muchos de lo que estaban allí se pusieran a llorar. Cuando preguntamos qué había pasado nos contaron que el niño, que tenía 11 años, llevaba seis meses en el hospital después de haber perdido a sus padres en un accidente y que, por primera vez, había conectado con algo. Nos dijeron que aquella sonrisa demostraba que podría salir del hospital».

Carmen relata estas aventuras antes de que empiece la sesión en el Clínico mientras Luigi y Lola se maquillan en el improvisado camerino. Sonríen a través del espejo porque se alimentan de historias como esa. Han visitado, cuentan, escenarios del horror desde Kenia a Palestina; centros de menores judicializados, unidades de salud mental... lugares donde nadie quisiera estar, pero donde siempre hay alguien y donde una sonrisa es un tesoro muy preciado. Ayer, frente a personas que sufren, derrocharon un montón y, por una hora, las enfermedades desaparecieron.

En realidad no lo hicieron, pero hubo un momento en que parecía que sí.