El infierno interior de André Agassi

SOCIEDAD

Un padre tiránico, títulos, mentiras, drogas, rivales a los que detestaba. Así corrió la vida del tenista, según cuenta en sus crudelísimas memorias, «Open» (duomo).

21 sep 2014 . Actualizado a las 17:40 h.

S entado en su casa de Las Vegas, Andre Agassi empezó a rescatar sus (muy precisos) recuerdos y el premio Pulitzer J. R. Moehringer casi las transforma en una hipnótica novela negra al volcar su vida en papel. El tenista atormentado abrió su alma hasta el dolor y el estilo limpio del escritor hizo el resto. No hay muertos, pero por las 480 páginas de Open. Memorias (Duomo Ediciones), desfilan un padre con un hacha y un revólver en su coche, que empuña a la mínima discusión en un semáforo; un deportista de corazón quebradizo permanentemente al borde del colapso; la farsa, su consumo de drogas y sus mentiras a la ATP para evitar una sanción, y una riquísima galería de secundarios. Sacude a muchos de los personajes clave de su vida: su padre, su primer gran entrenador, Nick Bollettieri, rivales como Jimmy Connors, Boris Becker, Pete Sampras, Jim Courier, Michael Chang, Feff Tarango... Si alguien aún tenía una imagen dulce de las alturas del deporte, la perderá página a página. Tal arsenal tiene Open que, publicada en inglés en el 2009, aún sorprenden sus confesiones cuando se lee en español. La crudeza de algunos pasajes desliza hasta la sospecha de una hipérbole. Un libro tan sincero que parece mentira. El propio Agassi destapa las falsedades sobre las que se creó una imagen en las antípodas de su verdadera identidad. Descubrirla fue su lucha a lo largo de su lenta maduración.

Con todas sus herramientas al servicio del juego limpio y la protección de jóvenes juguetes rotos, el tenis sigue fabricando hoy ejemplos como el de Agassi. Pese al infierno de sus memorias, que giran alrededor de su odio al tenis y su incapacidad para abandonarlo, Agassi estiró su carrera como casi nadie. Compitió hasta el 2006, con 36 años, más que ningún otro jugador de su generación. Y fue el tenista más veterano en alcanzar el número uno, en ganar un torneo de la ATP. Si odiaba el tenis, lo amaba en igual medida aunque no lo supiese. 

Moehringer dibuja un Peter Pan incapaz de plasmar siquiera su deseo más íntimo, dejar el tenis. Ni con el impulso de la rebeldía juvenil ni con el abundante dinero de títulos y contratos publicitarios. Sufrió a un padre obsesionado con el tenis, al que ahora convierte en caricatura, y denuncia las chapuzas de la academia en Florida de Nick Bollettieri, su entrenador de los 14 a los 24 años y uno de los grandes gurús del tenis profesional. Quizá de crío -con 7 años golpeaba un millón de bolas al año en la pista de su casa- adquirió esos movimientos autómatas por la pista. Cabeza gacha y paso rápido, de lado a lado. Porque su primera cancha fue su cárcel. Exboxeador olímpico iraní emigrado a Estados Unidos, Mike Agassi le administró speed con solo 11 años para mejorar su rendimiento. Él tampoco se detuvo ante nada. Jugó con peluca su primera final de Roland Garros para tapar su calvicie, rotuló como si fuesen de la marca Prince las incómodas raquetas Donnay con las que había firmado un contrato con muchos ceros, culpó a su asistente de su positivo por drogas... Trampa tras trampa. Al margen de la lista interminable de méritos de Agassi, el libro dibuja a un perdedor, que entrega partidos casi sin pelearlos o a propósito, se pasa largas épocas sin entrenar, se duele de lesiones por todo el cuerpo... Siempre al borde de la retirada y al final en activo hasta los 36, pese a haber tenido que remontar, incluso, desde el puesto número 141 del ránking. Pura contradicción.

Cuando al fin consiguió decidir por sí mismo, fue llenando los huecos del alma, con un pie en Las Vegas y otro en Hollywood. Barbra Streisand como relación tabú, Brooke Shields como esposa, el preparador físico Gil Reyes como un padre que le acompaña el resto de su vida y un viejo pastor como amigo. Pero, sobre todo, Agassi -volcado también en proyectos educativos a través de su fundación- dijo ver la luz al unirse a segunda esposa, la también tenista Steffi Graf, que lo desmonta cuando le confiesa su hartazgo de la presión del tenis: «¿No lo odiamos todos?».

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