Renuncia de Benedicto XVI: un papa entre los lobos

SOCIEDAD

Benedicto XVI ha tenido que enfrentarse a las peores intrigas de la curia, rodeado de incomprensiones constantes

11 feb 2013 . Actualizado a las 19:38 h.

Benedicto XVI no es, no ha sido, un papa más. Es una de las grandes figuras intelectuales del siglo XX y uno de los más brillantes teólogos de la historia de la Cristiandad. Un hombre cuyo legado, al igual que toda gran obra de la creación humana, precisa ser contemplado a cierta distancia para poder ser visto en su auténtica dimensión.

Cuando, tras la muerte de Juan Pablo II («A Wojtyla venían a verlo desde todo el mundo, pero a este vienen a escucharlo...», suelen decir los romanos, con una ironía asentada sobre muchos siglos de piedra y de debacles), el colegio cardenalicio lo eligió para ocupar el trono de San Pedro, se dijo enseguida que, siguiendo una vieja ley no escrita, los purpurados, tras un pontificado muy largo, habían dado su voto a un pontífice viejo... para que el suyo fuese un gobierno de transición.

Pero si eso fue cierto, solo lo fue en parte: Ratzinger (que ya fue, nadie lo olvide, siendo entonces un joven profesor universitario que asesoraba a los prelados alemanes, una de las grandes luces del Concilio Vaticano II) ha sido un gran Papa. El pontífice que ha tenido que enfrentarse a las peores intrigas de la curia. El hombre rodeado de incomprensiones constantes y que a pesar de todo ha sabido salir adelante y completar su obra intelectual sin descuidar el empeño en limpiar la Iglesia de sus peores lacras, como la de los abusos sexuales.

A Benedicto XVI lo han acusado hasta de nazi, por haber sido movilizado, como todos los adolescentes de su tiempo, por las tropas hitlerianas que se batían en retirada. Y su paso, como cardenal, por lo que antaño fue el Santo Oficio, no le deparó tampoco demasiados amigos, como era esperable. Pero estuvo donde se le necesitó siempre. Y habrá de ser la historia, que será la que tenga que juzgarlo en este mundo (el juicio del otro mundo no está en nuestras manos) la que nos diga quién era de verdad el hombre que tras su elección se asomó a la balconada de San Pedro con una camisa de mangas negras: la que ese día tuvo más a mano.

Le han hecho la vida imposible hasta el último día. Ahora, en una decisión del todo infrecuente, deja las sandalias del pescador... y marcha. Veremos si ha acertado.