El estudio supone un antes y un después sobre las causas que originan el declive de los espermatozoides. Ahora el punto de mira se dirige hacia los disruptores endocrinos o estrogénicos, sustancias químicas que alteran el sistema hormonal y que en el organismo humano actúan como hormonas femeninas. Sus efectos más preocupantes ocurren en niños de madres expuestas a los productos tóxicos durante el embarazo y la lactancia, cuando los transmiten a través de la leche materna. Y no son compuestos extraños. Se encuentran en la vida cotidiana en forma de disolventes, pesticidas, alquifenoles, conservantes utilizados en la comida o en la congelación de alimentos, detergentes, dioxinas... Según la Unión Europea, existen más de 550 de uso habitual en la industria, la agricultura y el hogar. Son muy resistentes a la biodegradación, están presentes en nuestra alimentación y se acumulan en el organismo, especialmente en medios grasos como la leche materna.
Si este es el problema real, el estudio también ha ayudado a desterrar tópicos que se manejaban de forma sistemática para explicar la baja calidad del semen en personas sanas. Primero, ni el tabaco, ni el alcohol, ni incluso las drogas tienen un efecto destacado en la concentración, movilidad y volumen del esperma. Es más, en el estudio previo realizado en A Coruña, los jóvenes reclutados para el análisis eran los que más bebían y fumaban y también los que presentaban espermatozoides más saludables. Tampoco el estrés, que en los últimos años se apuntaba como una causa decisiva, ha mostrado una especial significación en el estudio, en el que, previamente, se indagaba sobre los hábitos de vida de los participantes.
El envejecimiento, otro de los factores a los que hasta ahora se recurría para explicar el problema, tampoco afecta a la calidad del esperma. Ni tan siquiera haber sufrido golpes en los testículos perjudica la calidad seminal, como tampoco las paperas, que antaño se consideraban como causa de infertilidad.