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04 jun 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

LA ESTADÍSTICA es una de las pocas ciencias intensamente aplicadas. Instrumento certero en algunos campos, como pueden ser los de la paleoantropología o la zoología, en la vida cotidiana sufre de abusos. Viene a ser una horquilla en la que se apoya el arcabuz para disparar. Agarrados a la rama que más les conviene de un mismo estudio, dos políticos enfrentados pueden defender durante horas que el informe dice blanco y que, no, dice negro, sin que la verdad avance un milímetro. Los medios de comunicación también abusan un poco. Ayer nos alegraban con los datos del paro; anteayer, en cambio, nos disgustaban con el presumible encarecimiento de las hipotecas. Nos preocupaban con la cifra de personas con mayores dependientes a su cargo y a la vez nos daban alguna esperanza de empleo con la promesa de que se van a limitar los cargos a dedo de la Xunta. A pesar de este baile, seguimos cayendo en las estadísticas como las moscas en la miel. Y así sabemos que los españoles nos emborrachamos 14 veces al año, la mitad que los holandeses. También conocemos la frecuencia con que se lavan los dientes los estadounidenses o cuál es nuestra posición entre los ciudadanos europeos que más veces se mudan los calcetines. Si nos llenamos el cerebro con tantos de estos saberes ligeros, inconexos o mal contextualizados, quién sabe si las neuronas no acabarán reorganizándose para un universo tipo test y en lugar de razonar no terminaremos todos jugando al pasapalabra.