MEDIO FERRADO

26 feb 2006 . Actualizado a las 06:00 h.

EN ÉPOCAS como ésta, el carnaval, las peculiaridades que nos caracterizan se hacen más evidentes. Pero hay otras que escapan a los estudiosos, porque son recientes. Una de ellas, que se manifiesta sobre todo en los que llegan a alcaldes, es la urgencia por mejorar la obra de la naturaleza. Hace unos siglos, esa pasión se hubiera considerado sacrílega. Dicen la Biblia y su leyenda que Dios creó el mundo en seis días y el séptimo descansó, y que al apoyar la mano para recostarse, dejó su huella en las rías gallegas. También en Roma la obra del mundo era sagrada, y así dice Virgilio que cada comarca tiene sus normas inmutables dictadas por la naturaleza. Pues aquí no hay normas inmutables ni mano divina que valga. La costa no es la zona donde el océano rompe contra las rocas o se desliza sobre la playa; no, es el emplazamiento necesario de un muro y una farola. Un humedal no es el lugar del intercambio confuso entre el agua y la tierra; no, es el solar para construir pistas y pasarelas que nos permitan recorrerlo de cabo a rabo sin mojarnos los zapatos. La ribera de un río no es el hogar de árboles amantes de la humedad, de helechos y de resbaladizos caminos de pescadores; no, es el sitio que reclama a gritos un asfaltado, una hilera de aparcamientos y su ristra de puntos de luz. Alcaldes asfaltadores, huyan de procesiones y oficios religiosos. No vaya a ser que el titular de la obra del mundo se enfade un día y decida deshacerse allí mismo de tanto intrusismo.