29 may 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

LA EDUCACIÓN de los niños se está poniendo difícil. Por el lado académico, interesarlos en las explicaciones de los maestros es un imposible, habituados como están a los estímulos de su mundo audiovisual. Y por el lado de la formación del carácter, se han quedado bastante abandonados, ajenos al discurrir diario de los adultos, circunscritos a su grupo de edad, en el que se imponen a veces modelos violentos tomados de la tele o de las consolas. En las sociedades primitivas la educación era más fluida. Al niño latoso pronto le caía encima un hermano o un primo más pequeño -y aun más latoso que él- del que tenía que cuidar, con lo que se convencía de los inconvenientes de ser un pesado. Convivían con los demás grupos de edad, adquiriendo habilidades de los mayores, imitando a los padres a la vez que ayudaban. Ahora estamos compartimentados, agrupados por edades, y los padres alejados de sus hijos por el trabajo. Así que se intenta imbuir valores en los hijos por el flojo método de dar consejos en el cuarto de hora del desayuno. De ahí vienen esas terribles sorpresas: cuando te preguntan si Franco era un dictador latinoamericano, cuando te aseguran que la capital de España es, por turnos, Madrid o Barcelona, cuando te informan de que están en un grupo de macarras que aterroriza al que pasa de aprobado o cuando te dicen que los han nombrado mediadores en las peleas entre sus compañeros. Lo que nos queda es mucha paciencia.