LA CREMITA | O |
14 ago 2004 . Actualizado a las 07:00 h.A Arnold Schwarzenegger lo acaban de vestir de niñita. Con su camisita y su canesú rosas, sus pendientes, sus labios embadurnados de gloss y su sombra de ojos iridiscente. La muñeca Arnold es el resultado de la perversa venganza de un empresario americano al que el gobernador de California prohibió vender un mini clon de goma en el que Terminator empuñaba una metralleta. A este prodigio de la expresividad actoral, conocido por toquetear las retaguardias de sus compañeras de reparto, debió de parecerle que sus tiempos de escopeta habían pasado. Ahora se defiende mejor con la dialéctica. Para insultar a sus adversarios demócratas se refiere a ellos con el literario sobrenombre de «mujercitas», una clara muestra de que su agresividad cinematógrafica está mucho mejor encauzada y que ahora le van más los clásicos para fustigar a los malos. La línea de productos del Schwazenegger-niñita lleva el explícito nombre de «Tomar el pelo de los políticos es cosa seria. Apoye la libertad de expresión». Su responsable ha calculado que cambiarle la peluca al último actor gobernante del imperio es un acto de subversión intelectual en la línea de algunas corrosivas autocríticas que de vez en cuando nos reconcilian con el amigo americano. En la guerra de la metralleta con el gloss, ha ganado el gloss. Fantástico.