30 may 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

Wisteria, bonita enredadera de flores en ramos violáceos, fragancia exótica, adorno de muros en cientos de tranquilas urbanizaciones. Flor manchada ahora por ese barco del mismo nombre desde el cual, según testigos, arrojaron al mar a cuatro polizones senegaleses. El mar se muere; lo ha invadido la mugre de la humanidad. La deslocalización industrial en el océano es un sabueso esquelético que olfatea el mundo en busca de miseria para ponerla al servicio de armadores sucios que nunca verán brillar el oro al que tanto sacrifican, porque siempre les llegará manchado, de chapapote o de sangre. Estos piratas repugnarían hasta a los violentos vikingos; nunca se podrá decir de ellos lo de la saga de los groenlandeses: «Bjarni, desde su más temprana edad, hizo viajes por el mar, con lo que obtuvo bienes y renombre¿». La nombradía de estos capitanes se escribe ahora en una ficha criminal. La falta de escrúpulos de estas empresas marítimas sin más patria que el beneficio hace sonar alarmas desde hace años, pero faltan pruebas; entre los marineros gallegos que frecuentaban Sudáfrica se comentaba con cinismo, pero también con miedo, que muchos barcos orientales se deshacían de los polizones sin miramientos; en algunos, para evitar resistencias, los polizones eran encerrados en los congeladores, para echarlos al mar en sus ataúdes de hielo. Hay que volver al mar para rehumanizarlo y poder jurar, con Joseph Conrad, que «existía entre nosotros el vínculo del mar. Además de mantener nuestros corazones unidos durante largos períodos de separación, tenía la fuerza de hacernos tolerantes».