Carta para una vieja amiga

Gonzalo Trasbach
Gonzalo Trasbach (IN)SOMNIUM

SELECTIVIDAD

23 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Querida Bea: gracias por tu carta. Reconozco que me he demorado demasiado en contestarte. Sobre todo si se piensa que dispongo de bastante tiempo libre. Lo sé. Creo que mi retraso ha sido por pura cobardía. Pues tu carta era urgente y me ponía en aprietos. Contiene muchas e interesantes cuestiones. Pero algunas son un pelín inquietantes para mí. Así pues, te pido disculpas y voy a intentar dar respuesta a algunas de tus preguntas. Otras quedarán pendientes hasta que nos veamos cara a cara, porque la escritura no me parece la mejor manera de tratarlas. Es como querer describir el olor dos longueiróns.

Me contabas que tu amiga Cata ha dejado la enseñanza porque se ha sumergido en una depresión galopante. Relatabas que todo empezó cuando se miraba en el espejo y se veía gorda y horrorosa. Y me decías que te daba miedo que pudieses caer en un agujero similar, porque ahora que te haces mayor intuyes que ya sientes un poco de vergüenza de tu cuerpo. No te obsesiones por ese aspecto. Hasta donde alcanzo, eres una mujer que todavía no ha perdido su alma. Si la conservas y la cultivas, nunca caerás en el sentimiento de repudiar tu cuerpo. Así lo creo.

En cuanto a que la última vez que nos vimos en el edificio de la facultad de Filosofía te había dejado preocupada mi aspecto taciturno, mi prolongado silencio, el tema me ha evocado a cuando tuve que convencer a mi amor de que se despojara de todos sus temores y le dije: «No te inquietes nena. Es verdad. Estoy un poco chalado, pero aún sujeto el timón de mi barco. En su bodega albergo un don para descubrir algunas rutas de la vida natural». Para disipar cualquier síntoma de duda con respecto a mi, tuve que abrirle mi corazón. Y le conté cómo creía que era. Tú, vieja amiga, bien lo sabes: soy irritable y a veces hiriente. Con todo, perdono enseguida, aunque, también es cierto, casi nunca olvido. Me encolerizo con cierta facilidad, más nunca del todo. No soporto la falta de lealtad ni de fidelidad. Pero sí. Me gusta la gente en general, aunque, lo reconozco, es por puro egoísmo.

Me preguntabas si he vivido algún «trauma» que me haya marcado de por vida. Amiga mía, francamente no lo sé. Tal vez de niño sí. Lo que te puedo confesar es que he tenido frustraciones que se transformaron en sueños (mejor pesadillas) recurrentes. En este sentido, aún uno permanece y regresa para atormentarme de vez en cuando. Y es relativo a la enseñanza. Sueño que debo repetir el examen de la selectividad, pese a que la superé con buena nota.

Creo que esta pesadilla es reflejo de una frustración real y solo cesará con mi muerte. Como sabes, siempre había deseado ser profesor de matemáticas o de filosofía, más de esta porque era la materia que más había trabajado y estudiado. Cuando era estudiante, te confieso que me gustaba escucharme hablando con los amigos sobre los temas que nos interesaban. Aunque entonces pensaba que poseía un sexto sentido didáctico, nunca he conseguido comprobarlo. Lo bueno es que puedo presumir de no haber tenido nunca un mal alumno. El peor ha sido y es uno mismo.

Lo sé. Quedan cuestiones pendientes. Iré pronto a visitarte. Espero que nos veamos fuera de tu aburrida facultad, en cualquier bareto cercano. Mientras tanto, aunque sé que eres mucho mejor cuando eres mala, te pido que no cambies y seas buena. Bicos.