La santiaguesa, madre de una familia nómada, que lo dejó todo para recorrer el mundo en un camión: «Regalamos una infancia maravillosa a nuestros hijos»

VIVIR SANTIAGO

Durante más de cinco años, esta familia, Los Mundo, recorrió 17 países de América, enfrentando desafíos como la educación o la generación de ingresos. Su experiencia, que comparten en YouTube y en las redes, donde suman medio millón de seguidores, inspira a otras familias. Tras la parada santiaguesa, este martes ponen rumbo a África
11 feb 2025 . Actualizado a las 20:46 h.Será el martes 11 cuando la compostelana Marta Bruyel parta con su familia rumbo a Sudáfrica desde donde, después de haber atravesado de punta a punta América durante más de cinco años, comenzarán a recorrer, en su camión 4x4, un nuevo continente. «Estos días vinimos a Santiago para exprimir el tiempo con mis padres. Yo me crie en Compostela hasta casi los 18 años, cuando me fui a Madrid a estudiar Publicidad», explica Marta, de 44 años, desde la Praza do Obradoiro. «Ya en una agencia empecé a moverme bastante. Conocí a mi marido (Daniel Gimeno), quien era, como dijo yo, un "viajero temporero". Él trabajaba mucho, en distintos sectores, ganaba dinero y, con lo ahorrado, se iba a pasar meses fuera, a viajar por otro país. Ya juntos, y aún al poco de conocernos, pasamos un año y medio en varios países de Asia, y en Nueva Zelanda. Luego estuvimos casi 9 meses en el Sudeste Asiático. De ahí ya volví embarazada de mi primer hijo, Tao, que ahora tiene 12 años. A continuación estuvimos como cinco años trabajando en Madrid. Allí nació Dhara, que ahora tiene 10 años, y luego Erik, de 7. En ese tiempo yo me enfoqué a la crianza. Estábamos bien, aunque teníamos claro que no nos gustaría que nuestros hijos creciesen con el ritmo de una gran ciudad. Tampoco se nos iba de la cabeza la idea de hacer un gran viaje», explica sobre sus comienzos.

«Con los niños pequeños hicimos un primer viaje en familia. Regresamos al Sudeste Asiático y vimos que la experiencia nos unió mucho. Los celos que podía haber entre hermanos desaparecieron. Al poco, fuimos a Marruecos en una furgoneta y nos convencimos que si queríamos hacer un viaje largo tenía que ser con una casa a cuestas. El ansia por conocer y enseñar a los niños el mundo empezó a rondarnos aún más la cabeza», evoca Marta.
«Dani, que tenía en ese momento una empresa de cerrajería en Madrid, un día me propuso en serio vender su firma y realizar un gran viaje por el mundo. Nos decidimos, además, a acometerlo en un camión. Él quería prolongarlo durante diez años, dedicándole dos años a cada uno de los cinco continentes. Yo rebajé inicialmente esa idea a seis años, también por la edad, de cinco años, que tenía el hijo mayor. Finalmente, cogimos el camión, al que bautizamos como Rum Rum, y lo convertimos en nuestro hogar sobre ruedas. Uno de los hándicaps es su tamaño, de ocho metros cuadrados, aunque la mayor parte del tiempo estamos fuera», aclara, recordando cómo solventaron más peros iniciales.
«Lo más difícil es lo de antes, dar el paso, romper con todo, dejar tu casa en Madrid para emprender un viaje sin fecha de retorno. También sacar a los niños del colegio. Y decírselo a los abuelos. Mis padres no lo llevaron muy bien. Esa para mí fue la parte más dolorosa: que los abuelos no puedan mantener esa relación diaria con sus nietos», confiesa, poniendo mucho en valor que las familias en estos últimos años pudieran reencontrarse con ellos en América, su primer destino.
«Partimos cuando el niño pequeño tenía un año. En diciembre del 2018 el camión llegó a Uruguay, y desde ahí, empezamos en el 2019 a recorrer el continente, desde la Patagonia hasta Alaska», describe Marta. «Al ir con menores ya desde el principio el viaje fue muy social. Hay que tener en cuenta que en Latinoamérica muchos niños hacen vida y juegan en la calle y eso fue otro plus para nosotros. Siempre hemos estado rodeados de gente... Desde el primer momento el viaje fue muy enriquecedor en ese aspecto. Algunos nos decían que si sacábamos a los niños del colegio les iba a costar socializarse, y fue al contrario. Ellos hablan con todo el mundo, también con personas mayores. Nos admira la capacidad increíble que tienen para adaptarse a diferentes situaciones y para aprender por sí mismos», subraya Marta, focalizando también en el aspecto educativo.

«Como padres siempre te entra el miedo de que no adquieran todos los conocimientos necesarios, pero esas dudas se disipan cuando te das cuenta que están experimentando cosas que ningún libro puede ofrecer. Aprenden historia visitando ruinas, geografía observando paisajes, biología, contemplando animales… Aún así, desde el primer momento priorizamos la educación, mantener unas rutinas de estudio y apostamos por un aprendizaje a distancia. Al principio lo seguimos con uno del Ministerio, pero luego, ya en América del Norte, donde muchos estados favorecen el homeschooling, comprobamos que nos era más fácil matricularnos en un programa de allí. De todas formas, y al pasar largas temporadas en algunos países, los niños pudieron ir durante varias semanas a algunos colegios. Eso nos sucedió en México, Ecuador o California, donde estuvieron en las aulas tres meses», remarca, sin omitir aclarar otro de los aspectos que más respeto le imponen a muchas familias, el temor a enfermedades lejos del país.
«En casa las familias suelen entender, o tener ya tomada la medida a las enfermedades. Fuera de tu país es lógico preguntarte: ''¿Y si es dengue?'' Te asaltan muchas dudas en ese aspecto, sobre todo por el miedo a no conocer esas enfermedades, a no saber lo que tienes, y también, ante el desconocimiento de si habrá o no médicos, algo que, de todas formas, siempre encontramos. En general, todo fluye, o por lo menos así nos sucedió a nosotros. Los niños lo que tuvieron fueron cosas normales, gastroenteritis y enfermedades pasajeras», explica, reconociendo que a lo largo de más de cinco años de ruta Panamericana —la carretera que enlaza Ushuaia con Alaska—, durante la que conocieron 17 países, los retos diarios se suceden.

«Hemos pasado momentos complicados, sobre todo con el camión, que se nos estropeó en EE. UU. Fuimos de mecánico en mecánico, mientras se nos agotaba el visado. Eso fue muy estresante, al igual que lo que nos sucedió en Ecuador, país que quedó paralizado durante 15 días por unas revueltas, sin poder circular. Aún así, y como se dice, de lo negativo, siempre surge algo positivo y nos acogió una familia en su finca. Esos 15 días los niños los pasaron jugando», evoca, sin restar dificultad a lo vivido. «Creo que lo peor fue la pandemia, que nos cogió en Costa Rica. No olvido el momento en que tuvimos que decidir si nos quedamos o nos marchamos. Las noticias que llegaban de Europa eran horribles. La misma embajada española nos apremiaba a volver, porque pronto se iban a cerrar los vuelos. Al final nos quedamos, aunque con mucha incertidumbre. Y nos fue bien», prosigue, aclarando que ese obligado impass hizo a la familia repensar el mayúsculo reto.

«Al estar parados en Costa Rica, nos dimos cuenta que nos apetecía viajar más despacio. Ya nos daba igual ese objetivo inicial de conocer el mundo. Lo importante era disfrutar el presente. Creo que entre los mayores aprendizajes ha estado el de saber adaptarnos a los cambios, vivir con poco, valorar lo simple, priorizar lo esencial y respetarnos como familia. Estamos muy unidos. Algo que tenemos claro es que en el momento en el que los niños quieran parar, nos detenemos. El mayor tiene 12 años. Calculamos que nos quedarán dos más...», avanza sonriendo, y aclarando que pese a su vida nómada, todos tienen claro que su país es España. «Aquí están los abuelos, la familia», remarca con emoción. «Y yo soy santiaguesa», refrenda sonriendo.
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«Me cuesta reducir a pocos ejemplos las irrepetibles experiencias que vivimos —continúa—, pero, de tener que hacerlo, me quedaría con el Salar de Uyuni, en Bolivia, el mayor desierto de sal continuo y alto del mundo. Un lugar mágico. También, el glaciar Perito Moreno, en Argentina. O el Mar de Cortés, en México, con la llegada de miles de ballenas grises... También, todo Canadá, donde los niños contemplaron osos», prosigue relatando con entusiasmo, mientras traslada la forma en que lograron financiar su continuo viaje.

«Más allá de lo ahorrado, el primer año íbamos llamando a los hoteles, ofreciéndoles hacer vídeos corporativos. La formación mía y la de Dani nos lo permitía. Mientras, comenzamos a hacer vídeos en YouTube relatando nuestra experiencia y con la idea de grabar un documental que al final no salió. Eso sí, sobre todo durante la pandemia, al estar todo el mundo en casa, las visitas tanto en ese canal como en nuestras redes sociales se dispararon y ahora es con ello con lo que nos mantenemos, tanto con márketing de afiliados como con marcas que nos pagan por anunciarse», explica, aludiendo a unas cuentas en las que, con el nombre de Los Mundo, suman medio millón de seguidores. «Eso se suma al libro que escribí, Quitando peros a la vida, en la que explico las razones para romper con todo y reflexiono cómo a veces no se deberían poner excusas para llevar la vida que quieres o con la que soñaste», señala Marta Bruyel, quien, junto a su familia, explicó en la última edición de Fitur una experiencia que, admite, ya ha inspirado a muchas otras familias.
«Por lo que nos comentan por redes, a la gente le gusta ver que en nuestros vídeos nos alejamos de esa imagen tan extendida de que el mundo es hostil. Mostramos sobre todo un mundo cercano, real. La vida diaria de gente acogedora. Una cara distinta, y más amable, de países como Guatemala, que muchos ponen en valor», reflexiona la santiaguesa, que ya apura los días para coger un avión.
«En junio regresamos de América y empezamos a preparar el nuevo viaje por África, que nos llevará, sobre todo, por su cono sur. Aparecen de nuevo los miedos, pero tenemos claro que toda la experiencia vivida es muy, muy positiva. Los niños han crecido mucho, han aprendido. Nos hemos unido muchísimo como familia. Creo que les hemos regalado una infancia maravillosa y que siempre van a recordar», atestigua.