Santiago y Lea, de Lápices 4: «Hacíamos 100.000 fotocopias al mes y muchos de aquellos estudiantes de los 80 aún vuelven»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO CIUDAD

PACO RODRÍGUEZ

Están al frente de una de las papelerías compostelanas que más atendió a los universitarios. Situada en la avenida da Coruña, en una de las grandes entradas al campus sur, ganan fama con sus consejos: «Es un orgullo que, por el boca a boca, te pidan imprimir tesis desde Badajoz, Madrid o Portugal»

26 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Llevan, en lo personal y profesional, toda la vida juntos. «Nos complementamos muy bien. A ella le encanta la atención al público y a mí me gusta pelear con las impresoras...», asiente sonriendo Santiago Martínez, el compostelano, de 62 años, que regenta junto a su mujer, la pontevedresa María Lea González, de 58 años, Lápices 4, la papelería de la avenida da Coruña centrada en material escolar, impresión digital y encuadernaciones. «No me moví de esta zona. Mi abuelo, Santiago Fernández, tenía al dar la vuelta, en la avenida Rosalía de Castro, una panadería conocida, que llevaba su nombre. No olvido su amasadora, el horno de leña… Ahí crecí», explica Santiago. «Como él necesitaba un local por el que entrasen los carros con la leña, se hizo con este terreno, donde montamos Lápices 4, una idea familiar. Se llama así porque había muchos ‘4': estaba en el portal 4; éramos cuatro hermanos; vivíamos en un cuarto… En 1986, tras acabar Maestría Industrial, y mientras terminaba la mili, la abrieron mi madre y un hermano. Al poco la cogí con Lea», aclara.

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«Yo, tras estudiar informática, me vine aquí con él. Eran los 80, años álgidos universitarios. La papelería estaba en la única entrada al campus sur», señala ella. «Nos dimos a conocer. Los alumnos pedían cosas y nosotros se las buscábamos, como modelos moleculares, un material que ayuda a los alumnos de Químicas a visualizar estructuras. Encontramos al fabricante en Oxford, pagamos en libras y, en la frontera, y como no sabían qué eran, nos lo paraban. Aún los vendemos», evoca risueña.

«El bum inicial fueron las fotocopias, aún en blanco y negro. Había alumnos que hacían apuntes perfectos, con plantillas que preparaban en verano. El resto de los compañeros se los rifaban... Hacíamos 100.000 fotocopias al mes», calcula Santiago. «En la semana previa a Navidad, Semana Santa o verano, para estudiar en vacaciones, aquí había colas; los encargos se amontonaban en los estantes. Aún hoy, muchos de aquellos estudiantes, aunque no vivan en Santiago, vuelven o nos piden trabajos. Es frecuente que lleguen adultos con sus hijos y les digan que aquí hacían sus apuntes. También había quien pedía fotocopias reducidas... Me acuerdo de un alumno que convertía toda la asignatura en chuleta y hasta le hacía un índice», prosigue. «Fueron años de esfuerzo, de subir a dar la cena a nuestras hijas y bajar aquí hasta la madrugada, pero creo que la gente lo reconoce y se alegra al vernos aún aquí», agradece Lea.

PACO RODRÍGUEZ

«Con los años nos formamos, fuimos a ferias e incorporamos las últimas tecnologías», enseñan desde un negocio que suma comentarios positivos en Google, también por la impresión de tesis. «Al principio era un trabajo enorme, porque venían escritas a máquina de escribir. Se hacían a mano siete copias. Muchos de los ahora catedráticos las hicieron aquí... Luego el mercado evolucionó a lo digital. Es un orgullo que ahora, por el boca a boca, nos pidan imprimir y encuadernar tesis desde Badajoz, Madrid o Portugal», resalta Santiago, minucioso, enumerando logros. «Hicimos cartelería y pósteres para congresos para todo el mundo. También editamos libros, como los del catedrático de la USC, José Ángel Docobo, sobre cómo se resucitó al Obradoiro y otro de astronomía», cita. «Al ver cómo ya no se editaban mapas de Galicia, hicimos uno que, por un lado, es físico y, por otro, político, actualizado con los concellos ya fusionados. Es bonito que hasta muchos peregrinos se lo llevan», subrayan. «Cubrimos huecos, como con acuarelas, ante la escasez de tiendas con material de bellas artes. Somos también distribuidores de los Bic de cuatro colores, y uno llegó a un político de Madrid», afirman.

«La gente valora, más allá de los consejos, que seamos un negocio familiar. Isabel está aquí desde hace casi 30 años, ahora también nuestra hija Paula, y Víctor, de El Salvador, por quien peleamos un año por sus papeles para que pudiese estar con nosotros. Él me animó a salir en vídeo en las redes, mostrando nuestro material. Dice que doy bien en cámara», admite Lea con pudor, pero feliz. «Desde el inicio, y a pesar de las largas jornadas, trabajamos contentos. Ahora, como relax, preparamos un jardín atrás, con bonsáis para Santiago y flores para mí», destaca ilusionada.