Este fotógrafo de altura aficionado a la aviación estrena nuevo estudio en Santiago
SANTIAGO CIUDAD
El santiagués Javier Albor acaba de abrir las puertas de su local en la rúa Choupana
06 dic 2022 . Actualizado a las 09:13 h.Lleva en la fotografía casi 30 años. Javier Albor empezó en esta profesión en 1993, a sus 23, en Fotos Eduardo (rúa Nova de Abaixo). «Allí estuve unos 20 años y cogí mi primera cámara, una Nikon F401. Hacía mucho reportaje social y aprendí el oficio trabajando», relata. Aunque a este compostelano siempre le gustó el mundo de la aviación y quería ser piloto, cuenta que la miopía lo frenó. Lo que nunca lo detuvo fueron las alturas y recuerda, entre las fotos más complicadas que hizo, una para la que se tuvo que subir a un campanario: «Casi no cogía, pero lo conseguí. Me la pidió el novio, un amigo, en Bembibre (Val do Dubra)». Y, por peligrosa, destaca la que hizo de las vistas de Santiago ciudad «cuando vino a la ciudad la noria que anunciaron como la más alta de España y aquello se movía de caray». Javier se maneja por aire y tierra —«tengo pendiente el mar», reflexiona— y reconoce que en todos estos años detrás del objetivo «me ha tocado hacer fotos rarísimas» y hasta el reportaje social puede ser una profesión de riesgo.
Ahora emprende una nueva etapa, con un estudio propio. Tras pasar por otros negocios, abrió con su cuñado en Fotoimagen Compostela hace 8 años en la calle de La Rosa y este mismo mes inauguró la que es su nueva casa en la rúa da Choupana, el Estudio de Fotografía Javier Albor. «Es un local más grande y diáfano, mucho más cómodo para trabajar, con más espacio para las fotos de estudio y más fácil para aparcar», dice. «La idea es explotarlo más como estudio, aunque también tenemos una parte de tienda con álbumes y marcos», añade. Ya metido en la campaña navideña, explica que los fondos y decorados forman parte del trabajo de estudio y «es algo que se lleva bastante». «Para estar al día tienes que renovar el escenario y los adornos cada año, incluso dentro de una misma campaña», apunta. Aunque, según su experiencia, lo que más valora hoy el público es «la calidad del producto: te exigen un papel de buena calidad, una buena resolución...».
Miembro de la Asociación de Fotógrafos de Galicia (Asfogal), considera que la formación es clave para seguir avanzando, por muchos años que lleve en el oficio. Él asegura que sigue disfrutando «cuando tengo que disparar, ya sea en el estudio o fuera». Y, en su caso, dice, «los niños son los más fáciles de fotografiar. Actúan con más naturalidad y sonríen cuando quieren. Yo me lo paso pipa con ellos». A nivel aficionado, observa, hubo un bajón en la demanda de impresión de fotos coincidiendo con la expansión de las cámaras digitales y móviles, «pero veo que se están volviendo a querer las fotografías en papel, incluso la gente joven».
De la docena y media de cámaras que pasaron por sus manos hasta hoy, guarda con especial cariño una F4 de Nikon: «Con ella hice las primeras fotos a mi hijo mayor y la sigo usando como analógico. Me costó 300.000 pesestas de segunda mano en la época y, aunque quisieron comprármela, no la vendo por el cariño que le tengo. Es algo especial».
¿El trabajo del que más orgulloso se siente? Es una imagen que hizo hace 3 años de una niña que hacía su primera comunión, un contraluz en el Pedroso, responde. «Es una foto sencilla, pero me encantó», continúa el autor de la foto, quien repara en que los enlaces han pasado de suponerle el trabajo de un solo día a tres ahora, entre la boda, la preboda y la posboda.