Fábricas en 3D

Susana Luaña Louzao
Susana Luaña DE BUENA TINTA

ORDES

24 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace un par de años disfrutaba yo de una cómoda temporada sola en casa, hasta que un día regresó mi hijo, y cuando nos vimos por la noche, me espetó: «Mamá, tenías la casa llena de Pokemon. No te preocupes, ya los atrapé», dijo el universitario valiente como si volviese de una guerra o de una misión de cazafantasmas. No me preocupaba antes, porque a partir de entonces, cuando me metía en la cama pensaba en que, a lo mejor, dormía con el edredón lleno de traviesos y saltarines réplicas virtuales de Pikachu, o lo que sería peor, con la bañera ocupada por el insoportable Meowth. Y pensé en la triste vida de los originales, los pokemon de verdad con los que jugaba mi hijo de pequeño, abandonados en una caja debajo de la cama del dormitorio infantil. A los muñecos japoneses les pasó lo mismo que a nuestras insulsas existencias, superadas por los morritos de la realidad paralela de Instagram o por los avatares de Second Life. Algo así debió de pasarles a los propietarios de Alcoa, que empezaron construyendo empresas reales con trabajadores de carne y hueso que fabricaban aluminio de verdad, hasta que un día descubrieron el Monopoly virtual y, por vez de fabricar castillos en el aire, imaginaron empresas en 3D con fábricas de Exin que lo mismo se montaban en Ordes que se desmontaban en Vietnam, e inventaron las acciones on line y los bitcoins, diseñaron gráficas estadísticas en la nube y multiplicaron sus beneficios en la banca intangible. Y se olvidaron de los trabajadores. Rostros como el que inmortalizó Marcos Míguez en la portada de La Voz son para ellos menos reales que los obreros del Playmobil.