El gobierno local de Santiago se ha metido en un charco de consecuencias moderadamente imprevisibles a medio paso de las elecciones municipales. ¿Cómo? ¿Uno más? Sí, claro, uno más. ¿Y cómo puede ser? ¿Después del caso Pichel? Por supuesto. ¿Y cuál? El de la basura. Bueno, basura, basura... política y basura, siempre hay algún tufillo... La basura de la hostelería del casco histórico. Vale, esta es una charla de café que se puede escuchar estos días en cualquier establecimiento hostelero del casco histórico. Pero, ya se sabe, cuando la calle suena... Contra viento y marea, sin el imprescindible acuerdo con los representantes de los hosteleros, al menos de la parte más importante de ellos, el Concello ha impuesto la puesta en marcha del nuevo modelo de recogida de residuos en la hostelería de la «almendra» monumental. Algunos interrogantes: ¿Por qué tengo que guardar cinco contenedores si no tengo espacio para ellos? ¿Puedo almacenarlos en el mismo lugar de los alimentos que voy a cocinar? ¿Que me dirán los de Sanidad? ¿Me sancionarán por esto? ¿Qué pensarán mis comensales cuando me vean pasar la basura junto a sus mesas, en mi comedor, para llevársela al camión de la basura parado cerca de mi puerta? ¿Y qué pensarán los que están en mi terraza? ¿Por qué tengo que prolongar mi exhausta jornada laboral para esperar el camión de la basura? ¿Y dónde baldeo el de orgánicos? ¿En la alcantarilla? ¿Lo hacemos para que alguien se luzca diciendo que seleccionamos residuos y reciclamos, y que además no molestamos a los turistas? ¿Y esa asociación hostelera tan contestataria, por qué se conchabea ahora con quienes nos lo imponen? Tranquilos, que habrá ajustes. Aquí paz y después gloria. Para todos. ¿Otro bluf?.