Pepe Casal: «Lo que hizo el Obradoiro hace 40 años fue algo mágico»

Ignacio Javier Calvo Ríos
NASO CALVO LA VOZ / SANTIAGO

SANTIAGO

XOAN A. SOLER

Recuerda que los graves problemas económicos impidieron la permanencia del equipo en la máxima categoria

02 dic 2022 . Actualizado a las 20:32 h.

José Ángel Casal (Vigo, 1950) sigue ligado al deporte de la canasta como presidente de la Fundación Obradoiro y en la organización de dos campus que inauguró hace tres décadas. El nombre de Pepe Casal está escrito con letras mayúsculas en el libro de oro del deporte compostelano. El 25 de abril de 1982, en Mataró, el Obra ascendió a la máxima categoría por primera vez. Él era el entrenador de aquel mágico equipo.

Vigués de nacimiento y santiagués de adopción, acumula grandes éxitos en su trayectoria. Entrenador «por casualidad», pues su vocación fue es y será la preparación física, guarda en sus vitrinas la medalla de plata de los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 con la selección española de baloncesto. En su reciente despedida, a la primera persona que mencionó en su discurso Pau Gasol fue a Pepe Casal, su entrenador personal durante una década, el hombre que transformó su «cuerpo de tirillas», según palabras de esta leyenda del básket. Humilde, sincero, trabajador, emprendedor, buen amigo, enamorado de la pesca, no le gusta hablar de sus proezas, pero sí presume de dirigir los campus de Peleteiro y Mondariz.

­—¿En dónde guarda la medalla de plata de Pekín 2008?

­—Perdimos la final contra Estados Unidos, que tenía un equipazo. Casi damos la sorpresa. Fue el mejor partido de la historia de la selección española. No lo digo yo, lo dijeron los franceses de L´Equipe. Aíto García Reneses contaba con un gran vestuario, con Pau Gasol, empezaba su hermano Marc, Felipe Reyes, Juan Carlos Navarro, un jovencísimo Ricky Rubio… ¡Menudo equipo teníamos!.

—¿Por qué siempre habla usted, y muy bien, de Aíto García Reneses?

—Son años de amistad y de trabajar a su lado. Empecé con él en el Eujubasket de Santiago en 1976 (Campeonato de Europa júnior). Era el segundo entrenador. Cuando me contrataron me temblaban las piernas. ¡Qué tiempos aquellos!. La final, en el viejo pabellón del Obradoiro, se la ganó Yugoslavia a la Unión Soviética. España fue tercera con Romay, Epi, Salvo, Querejeta, Solozábal, Iturriaga… Y Tkachenko (2,20 de altura) con la Unión Soviética. Aíto fue el que más me enseñó, al que más le pregunté. Cualquier cuestión, ni dudaba, ni dudo, en llamarle. Estuvo con nosotros el día que ascendimos en Mataró y hablamos de la zona 1-3-1 que utilizamos en la segunda parte, la clave de la victoria, que me la había enseñado en Navidad viendo entrenamientos del Cotonificio en Badalona.

—¿Qué recuerda de aquel histórico ascenso del Obradoiro a Primera División, en 1982?

—Hace 40 años. Fue algo mágico. Teníamos un equipo con gente de Galicia y conseguimos algo que era impensable. Algún año antes estuvimos cerca del milagro, pero por diferentes causas no se logró. Al principio los resultados no eran buenos porque metí una gran carga de trabajo en la pretemporada, un conjunto con muchos jugadores nuevos y que costó acoplar, al igual que adecuar los roles de cada uno a las necesidades del equipo. Pero la segunda vuelta fue espectacular y en las segundas partes nadie aguantaba nuestro ritmo defensivo. Gil, Mario, Abalde, Lomas, fueron la clave del equipo, sin olvidar a Modrego, Balagué y el trabajo de dos veteranos de oro como Echarri y Manolo Vidal.

—¿Por qué duró tan poco?

—Si la mitad de los que nos recibieron en el aeropuerto de Lavacolla se hubiesen hecho socios, el Obra no habría descendido aquel año. La única razón por la que no se logró la permanencia fue económica. La directiva fue incapaz de conseguir un patrocinador.

—¿Solo fue un tema económico?

—El dinero es clave. También tuvimos muy mala suerte. Todo se nos volvió en contra. El entrenador, Todor Lazic, de los tres o cuatro técnicos más relevantes de Yugoslavia, que había dirigido al Barcelona, tuvo que dejarlo por problemas graves de salud. Fue un duro golpe. Después, nuestra estrella, el estadounidense Chuck Verderber, tras robar un balón y resbalar en el viejo Sar por la humedad, se rompió el tendón de Aquiles en la quinta jornada. Fue la desgracia del equipo. Hubiese sido el mejor americano de la liga aquella temporada. Venía de ser capitán de Kentucky, que no era una broma. Su sustituto fue Nate Davis, un jugador con mucha fama, pero que llegó muy bajo de forma. Los graves problemas económicos nos hundieron todavía más. Incluso tuvimos que llevar el equipo júnior a jugar un partido a Granollers. No había nada que hacer.

—Usted siempre fue un comodín.

—Estuve en diferentes puestos, aunque no tengo ni idea cuántas veces fui entrenador del primer equipo. Siempre fue una situación forzada porque lo mío es la preparación física. Me lo pasé muy bien como entrenador, pero el baloncesto de antes no era como el de ahora. En aquellos tiempos, con lo básico, que hacíamos muy bien, y con jugadores de talento se ganaban partidos.

—¿Cuáles fueron los jugadores que más le impresionaron?

—Fueron dos, en su etapa de formación, cuando todavía no eran nadie: Fernando Martín y Pau Gasol. Martín venía del balonmano y casi no sabía ni botar el balón. Era juvenil y se pasaba el día entrenando conmigo. Con cuatro cosas que aprendió empezó a destacar por encima de los demás. Con Gasol fue diferente, fue una experiencia personal y profesional de muchos años. Conseguí convertirlo en un verdadero atleta. Era un tirillas de 89 kilos y pasó a pesar 105 cuando se fue a la NBA. También tengo que mencionar a Navarro.

—Además de Gasol y Martín, ¿alguno más que podría destacar?

—En el Obra recuerdo a Bill Collins, uno de los mejores americanos de la historia del club. Inteligente y excepcional como persona y deportista. De 1982 tendría que destacar a José Antonio Gil, con mucho talento, calidad y un gran tiro exterior, fuera de lo normal. Hoy sería escolta de cualquier equipo de la ACB. Y Ricardo Aldrey, el mejor de todos.

—¿Cuáles son las claves del Obradoiro actual?

—Uno de los grandes méritos es el consejo de administración que lidera Raúl López, que le da un gran equilibrio y estabilidad económica al proyecto, a un club que nunca tuvo una situación similar.

—¿Cómo el Obradoiro, con un presupuesto modesto, puede estar tantos años en la Liga Endesa?

—La estabilidad económica es fundamental. Luego está el acierto de contratar a Moncho Fernández y apoyarle en épocas de vacas flacas. Ser profeta en tu tierra, durante tantos años y en una competición como la ACB, es muy difícil de conseguir.

—¿Fue más relevante su ascenso en Mataró o el de Moncho Fernández en Burgos?

—Épocas muy diferentes. Un ascenso a la ACB siempre tiene un mérito extraordinario. La gran diferencia es que este Obra siguió teniendo apoyo y estabilidad, pero el de 1982 fue un caos económico que nos impidió crecer.