Rafael Romero: «La creatividad se va acabando con la edad y todo lo que llevas hecho»
SANTIAGO
El pintor compostelano, que expone en la Casa do Cabido, destaca que la base de la pintura es el dibujo, aunque esta sea abstracta
28 feb 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Se crio en la calle B, hoy Pérez Constanti, de la que guarda recuerdos y amigos. Acaba de colgar medio centenar de pinturas de sus últimos años en la Casa do Cabido, una exposición organizada por el Consorcio de Santiago. «Me hizo mucha ilusión cuando me llamaron, es un sitio magnífico», se apresura a decir el artista: Rafael Romero Masiá (Santiago, 1953). Obra figurativa y abstracta, así como una gran diversidad de técnicas y soportes (papel, tabla, tela, metacrilato, cartón-pluma) y materiales (ceras, óleos, lápices) conforman la muestra.
Hijo de un militar —natural de Zas— y de madre catalana, en casa albergaban la ilusión de que siguiese los pasos del padre, pero su destino habría de ser la pintura. «Siempre quise ser pintor. De pequeño garabateaba en las libretas. Pero al acabar el instituto me quisieron enviar a la Academia de Zaragoza, así que me escapé y estuve un mes escondido en la casa de los Piñeiro, hasta que mis padres cedieron a mis deseos», según explica.
Se marcha a Sevilla y allí se licencia en Bellas Artes. Aprueba la oposición de catedrático de Dibujo (1982) y se va a Motril, con idea de acabar en Sevilla, porque le encanta la ciudad, «pero no hubo forma», apostilla. Un par de años más tarde lo llaman de la Escuela de Artes Mestre Mateo y regresa a Santiago. «Y en la escuela me jubilé (2013), pero yo tenía claro que, una vez acabada la carrera, lo primero era tener un sueldo fijo, porque eso te permitía crear y pintar con entera libertad, sin ser esclavo del mercado y teniendo un futuro asegurado. Y, de hecho, hubo unos años muy buenos y me fue bien, pero ya antes de la pandemia esto cayó en picado», advierte Masiá, tal como firma sus obras.
Recuerda que, al terminar la carrera, «donde aprendes el oficio ?matiza?», empezó a pintar al margen de modas y tendencias: «La enseñanza en la facultad era muy clásica, pero también es cierto que te enseñaban a dibujar, cosa que ahora no se hace. Porque la base de la pintura es el dibujo, aunque sea abstracta. Estuve en un tribunal de oposición de dibujo artístico donde no se pedía dibujo, y la ganó un médico».
De cada serie que hace, Masiá se queda con una o dos obras. «Hoy no pintaría algunas obras que hice, pero no me arrepiento de ninguna, porque todo es aprendizaje y evolución. Tampoco me gusta repetirme, a pesar de que la creatividad se va acabando con la edad y todo lo que llevas hecho», reflexiona en voz alta.
Expuso, de forma individual o colectiva en media España, pero recuerda especialmente su paso por París, donde triunfó y vendió «bastante», porque además allí le surgió la oportunidad de ir a la feria de Shanghái. «Aunque los
chinos decían que mis cuadros les daban miedo, porque veían tipos raros», según cuenta en referencia a obras figurativas con «personajes e historias inventadas», como los Pintujos —palabro que se inventó el artista combinando ‘pintura' y ‘dibujo'—, una serie que se puede ver en la muestra de As Praterías.
Cuando era más Rafa que Masiá, fue niño de coro en la Escolanía de la Catedral y monaguillo. Rememora con gusto mil andanzas en aquella calle B plagada de niños y niñas: «Donde hoy está la Fundación Didac, que hace exposiciones, aquello era el garaje de los Piñeiro, mis vecinos de enfrente. Allí hacíamos fiestas de carnaval, festivales y descargábamos camiones de aceite y membrillo. Bueno, hacíamos de todo. También tuvimos un club en el bajo del número 19, en la casa donde vivían los Gelabert. En fin, otros tiempos».