¿Y tú también, Tarasca?

Juan María Capeáns Garrido
juan Capeáns SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

Sandra Alonso

Vuelve el pago de entradas para sacar rendimiento a los aforos

26 sep 2021 . Actualizado a las 01:10 h.

Pagar por adelantado antes de disfrutar de un servicio es un acto de fe que hasta que llegó Amazon solo se daba al comprar billetes en los medios de transporte, en el cine y al conseguir las entradas para la fiesta de fin de año. Nunca un local de Santiago logró vender por anticipado salvoconductos de acceso en días ordinarios, con excepción de los pasos de ecuador y otras mandangas universitarias que financiaban los grand tour salvajes a Baleares o Mykonos.

En estos tiempos en los que puedes comprar un tique para ver a los New York Knicks mientras tomas un café en Porta Faxeira, los jóvenes del curso 21-22 han vuelto a hacer colas a unas horas loquísimas para conseguir acceder a los pocos bares y discotecas abiertos que les dan algo de bola en estas primeras semanas. Y esta estampa devuelve a la ciudad a los años de movidas groseras en lo cuantitativo en las que los porteros se convirtieron en semidioses que alguna noche te hacían un guiño para dejarte pasar sin pagar, perdonándote la birra.

A diferencia de la situación actual, basada en la necesidad y las limitaciones, los pubs y discotecas de los 80 y 90 hicieron todo lo posible por establecer sistemas de cobro en la puerta para rascar algo en la facturación cuando locales de aparente buena salud empezaron a tambalearse por problemas de rentabilidad. Los que no llegan a los 30 años se preguntan cómo los boomers fueron capaces de salir de copas en Santiago de martes a sábado, semana tras semana, sin arruinarse o acabar alcoholizados. Y la respuesta es que se pagaba en pesetas y no siempre se consumía. Se fumaba, se bailaba, se ligaba, algunos se drogaban, pero no siempre se bebía. La cantidad de gente era tan asombrosa y las normas de aforo tan laxas que a clientes y hosteleros les quedaba el suficiente poco dinero para la siguiente. Otra, otra noche, otra.

Pagar entrada nunca fue un trago de gusto, pero hay que admitir que cuando se gestionaba con criterio daba un poco de orden y dejaba correr el aire entre los vasos de tubo, además de permitir incentivos interesantes, como dejar el paso libre en las primeras horas para premiar a los más fieles que llegaban temprano. Después había puntas de público que en realidad eran muy fugaces, lo que ofrecía una falsa sensación de negocio de éxito que no se correspondía con la cuenta de resultados.

Las colas de la sed

Para los clientes, pasar por caja a la entrada siempre funcionó como filtro eficaz para detectar a los que salían al tran tran o los que estaban dispuestos a darlo todo. Por eso sorprende la firme determinación de los chavales de ahora, convencidos un lunes de que a las tres de la mañana del jueves estarán a tope en el Ruta.

El momento es muy distinto, porque detrás de esas colas de la sed hay más desesperación hostelera que gestión de las masas, como en el siglo pasado. En este penoso periplo sanitario los empresarios de la noche no han hecho lo que han querido, sino lo que les han dejado. Han tomado decisiones complejas y angustiosas reinventándose sobre la marcha cada pocas semanas, buscando la viabilidad entre las líneas del Diario Oficial de Galicia. En ese ejercicio de supervivencia se han cometido algunas torpezas, como poner limitaciones de tiempo al uso de las mesas, consumos mínimos o entradas anticipadas con un precio muy por encima del gasto medio que tenían en una noche anterior a la crisis los clientes más generosos. En una de esas ocurrencias ha caído uno de los incombustibles, el pub Tarasca, que temporalmente va a cobrar 12 euros por acceder a cambio de varias consumiciones. La decisión, muy controvertida, ha alporizado a propios y ha sacado la socarronería de extraños, convencidos de que la medida es impropia de un local que lleva funcionando cuatro décadas como un koljoz anticapitalista que ahora traiciona sus principios. Mejor eso que certificar tu final.