Barras abiertas

Serafín Lorenzo A PIE DE OBRA

SANTIAGO

15 dic 2020 . Actualizado a las 00:23 h.

Todo parecía estar como en espera de algo. Como en la Comala de Rulfo. Ese algo eran las barras, los cafés, la restauración, la hostelería que tira del comercio y agita la vida en las calles. Sin ese latido, y privada del trasiego de las miles de personas que tienen en ella su enclave de referencia para el ocio, la ciudad había pasado las últimas semanas en hibernación. Sostienen los hosteleros que están pagando por una responsabilidad en la propagación de la pandemia que no tienen. Y dicen bien. Porque los responsables somos nosotros. El virus no se alimenta del calor de los bares, sino de nuestros comportamientos individuales. Por eso el control de la primera ola se logró a fuerza de recluirnos en casa por decreto. Y en la segunda esa imposición llegó a través del cierre de los negocios hosteleros, que a la postre funcionó como un confinamiento inducido. Son muchos meses de sacrificios para un sector que llega extenuado a este momento de «salvar la Navidad». Como el comercio, al que no se obligó a bajar la persiana, pero al que se privó del grueso de sus potenciales clientes con un cierre perimetral que también sigue cercenando la posibilidad de que los hoteles puedan desempeñar su labor con unas mínimas garantías de rentabilidad. Por no hablar de las agencias de viajes, que con los hoteles son las grandes olvidadas y que arrastran unas cuantiosas pérdidas que, en muchos casos, las abocarán a un cese de negocio. El encendido del alumbrado navideño bien podría convertirse en metáfora del inicio de una etapa de esperanza. Pero la única forma de mantener esa llama prendida es obrar con sentido. Y eso no depende de los bares.