Maestros

Serafín Lorenzo A PIE DE OBRA

SANTIAGO

21 jun 2019 . Actualizado a las 10:47 h.

Es, después de nuestros padres, el primer adulto del que guardamos un recuerdo nítido, especialmente, si nos fue bien. En aquellos años en los que uno se imaginaba a media mañana cómo discurriría la vida fuera del aula, a qué dedicaban su tiempo los mayores que ya no iban al colegio, la referencia eran los maestros. Más allá del patio y del recreo, la vida era uno territorio por descubrir al que solo nos dejaban asomarnos durante los fines de semana y en aquellos veranos que parecían infinitos. Solo nos quedaba atender lo que nos explicaba el maestro. Conservo un recuerdo cariñoso de varios, prácticamente todos de la etapa de lo que entonces era la etapa de la educación básica. Sí, yo también fui a la EGB. Y no guardo rencor a (casi) ninguno de los que, gracias a haber pasado por sus clases, ahora me permiten corroborar que hubo tiempos oscuros en los que la disciplina era algo más que un concepto para quienes carecían de empatía para hacerse respetar.

Porque de todas las lecciones que nos va dando la vida, las primeras, y muchas de las más útiles, las aprendimos en las aulas. Los maestros nos enseñaron lo que correspondía a cada etapa, pero, sobre todo, nos inculcaron el interés por aprender, por no desdeñar la posibilidad de nuevos conocimientos. Por eso me resulta abominable esa expresión tan en boga en la política para denostar al contrario. «No vamos a aceptar lecciones de nadie». Que nadie se ofenda, porque casi todos la habrán usado en alguna ocasión. Claro, son otros contextos. Pero también hay expresiones más ricas. Para domar ese lenguaje embrutecido es incluso preferible tirar de cursilería y ponerle un cordón sanitario.