La vida en Raxoi: poco dinero, mucha ilusión

Tamara Montero
tamara montero SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

La capitalidad y el Real Patronato marcaron la agenda política de la primera corporación

07 abr 2019 . Actualizado a las 12:51 h.

El 3 de abril, la lluvia se contuvo a duras penas. La jornada se saldó con cuatro breves pero intensos chaparrones, pocas incidencias, muchas horas de recuento y la primera corporación compostelana de la historia de la democracia. Terminaban así quince días de intenso contacto con los vecinos, de mítines y encuentros.

Seis partidos se repartieron los 25 concejales: diez para la UCD, cinco para Unidade Galega, tres para el PSOE y otros tantos para Coalición Democrática y dos para BN-PG y el Partido Comunista de Galicia.

Gobernaba la UCD, con José Antonio Souto Paz como alcalde, pero las responsabilidades se repartieron entre todos. Excepto el BN-PG. «A esquerda foi ao mesmo tempo goberno e oposición», remarca como singularidad de aquel primer mandato Francisco Candela, que en aquellas primeras elecciones que hubo que preparar a toda prisa -la convocatoria se publicó con un mes escaso para presentar candidaturas, que debían ir avaladas por al menos 700 firmas- se presentó por el PCG.

Se repartían el trabajo y la ilusión. Lo que era más difícil de repartir eran los recursos. Porque apenas los había. «A primeira noticia que recibín é que nos ían cortar a luz nos servizos públicos porque non se pagara», recuerda Nemesio López, que se presentó en Coalición Democrática (CD) por Alianza Popular. «Ías cunha ilusión tremenda por facer moitas cousas e as cousas económicas non se podían facer. O primeiro foi un ano moi difícil».

A Aurora Platas, que era concejala de Obras, no querían fiarle cemento ni arena. Luis Pasín, el otro concejal del Partido Comunista, recuerda como iba a pedirles a los proveedores que sirviesen al Concello. «Faste ti responsable, dicíanme». También tuvo que pedir que les sirviesen tubos metálicos para poder colocar señales. Él tuvo en aquel primer mandato la responsabilidad de Tráfico. Y lo denunciaron por la primera peatonalización de la ciudad: la que llevó a cabo en el Obradoiro, un mar de coches en aquellos años, y la avenida Figueroa. La resistencia se resumen en un mojón: el que colocó en la zona de Porta Faxeira y que arrancaron quince veces. Quince veces lo repuso.

Nemesio López asumió Transportes. Se renovó la flota de autobuses y se implantó el bonobús. Pero lo que guarda con cariño especial en su memoria fueron las visitas del papa Juan Pablo II y de Juan Carlos I y doña Sofía. La historia se abría paso, también a golpes. Como el que se intentó dar el 23 de febrero. Luis Pasín tuvo que huir. Si triunfaba, él estaba en aquella lista de 700 nombres.

El debate era electrizante. «Nos plenos falabamos de todo, tamén de política nacional e internacional, da OTAN e de todo», recuerda el concejal de Alianza Popular. La discrepancia política era evidente, pero la buena relación personal, también. La ilusión, por todas partes. «Seguiamos traballando nos nosos traballos e atendíase a todos os veciños», afirma López. Había altura política. «Que lle sirva de exemplo aos que hoxe se agarran ás cadeiras», dice Pasín: el alcalde, Souto Paz, dimitió cuando en Madrid le dijeron que no podría cumplir su principal promesa electoral, crear en Santiago el Real Patronato.

El Real Patronato es uno de los grandes objetivos de aquellos primeros pasos en la democracia compostelana. Otro fue la capitalidad. «Había un gran consenso das forzas políticas galegas», recuerda Candela, excepto por algún sector coruñesista que pugnaba por que era su ciudad la que debía ser capital. Desde la corporación compostelana, la posición «foi tentar non abrir máis a fenda entre as dúas cidades» evitando un enfrentamiento directo con la ciudadanía de A Coruña.

Marcial Castro Guerra: «Confluíamos en el amor a Santiago»

Lamenta que pueda gobernar Santiago «gente que no cree en Santiago»

i. c.

Marcial Castro Guerra (Santiago, 1934) fue el segundo alcalde de la democracia en la capital. Asumió el cargo en septiembre de 1981, tras la renuncia del ya fallecido José Antonio Souto Paz. Liberal en UCD, seguiría como concejal en el segundo mandato, el de la moción de censura a Xerardo Estévez. No tiene recuerdos desagradables de aquella primera corporación, que fue «magnífica en su conjunto».

-Ilusión es la palabra que define el comienzo, supongo.

-Sí. Éramos 25 personas muy ilusionadas creyendo que íbamos a cambiar el mundo, pero no fue así, más bien el mundo nos cambió a nosotros. Éramos 25 personas que confluíamos en el amor a Santiago.

-La situación del Concello era muy precaria y los concejales no cobraban.

-Nosotros, de entrada, no cobrábamos. Solo nos guiaba el espíritu de servicio a la ciudad. Y cuando empezamos a cobrar... al final fueron 15.000 pesetas al mes.

-No había dinero para afrontar las muchas necesidades de la ciudad.

-No, y no digo que con la primera corporación quedara resuelto, pero la diferencia fue brutal, entre lo que era y lo que llegó a ser.

-¿Qué cambió?

-Todo. Desde la preocupación por la ciudad en sí, que no existía. Era empezar como un mundo abierto y al mismo tiempo esperanzador. Siendo de partidos muy diferentes, aun con las lógicas luchas intestinas, siempre nos llevamos francamente bien.

-¿Las principales urgencias?

-Muchas. Desde la limpieza, que se mejoró de forma notable, hasta la atención a los barrios, que estaban abandonados. Antes se ocupaban del Obradoiro, y poco más.

-¿El Concello democrático fue el motor esencial de progreso?

-Sí. Con la democracia se mejora en todo. Cuando se cree en el bien común por encima de los particulares, vale para todo.

-Una evolución muy positiva en su conjunto, entonces...

-Sí, hasta los últimos años, claro. El paso del PP por el gobierno no fue muy afortunado, no digo más.

-¿Y qué le satisface más?

-La consolidación de la capitalidad de Galicia y que Santiago se convirtiera en una ciudad para todos. En una ciudad universitaria, en una ciudad culta. Es una ciudad diferente.

-Como alcalde, le tocó gestionar episodios trascendentales. Uno de ellos fue el de la capitalidad.

-Hubo absoluta unanimidad en el Ayuntamiento. Ni nos inmutamos cuando el alcalde de A Coruña, López Menéndez, promovió aquella gran manifestación. Compostela ni se inmutó, no entró en ese juego

-Y tuvo que defender el pazo de Raxoi de las ansias de la Xunta.

-Fue una lucha muy difícil con el presidente Albor, que quería que Raxoi fuese todo para la Xunta de Galicia, no solo el ala izquierda que ya estaba cedida para la Presidencia. Yo le dije que era la sede del Ayuntamiento y así tenía que seguir siendo. Me costó Dios y ayuda, pero no se cedió.

-¿Y la visita de Juan Pablo II?

-Fue algo realmente extraordinario. Y se llevó bien. Pero nos faltaba un concejal y por un voto no se aprobó la concesión de una ayuda de un millón de pesetas que nos había pedido el Arzobispado para sufragar los gastos de la visita. Llamé a Suquía: «Lo siento, pero no se aprobó».

-Es que era una corporación ideológicamente muy heterogénea. ¿Había fuertes desavenencias?

-En general, no. Como pensaba UCD no podían pensar los del Bloque, la Fraguela, era imposible. O Pasín, que era comunista y tenía que demostrar que lo era.

-¿Cómo fue en Raxoi la noche del 23-F?

-La pasamos cinco o seis concejales, con el alcalde, todavía Souto Paz porque yo entré en septiembre, encerrados en el Concello hasta que se calmaron las aguas. Alguno ya había cruzado la frontera [en referencia en Luis Pasín].

-Hoy sería impensable que, como en la primera corporación, todos los concejales tuviesen una delegación del alcalde, fuesen del partido que fuesen.

-En general, funcionó bien. Es un problema de personas, más que de situaciones. Sería una gran fórmula que, a nivel nacional, el PP y el PSOE pudieran ponerse de acuerdo, y parece imposible.

-¿Está decepcionado de la evolución de la política en España?

-En parte, sí. Es que nadie cede, y cuando no hay cesiones no puede haber acuerdos. Por eso, a nivel nacional, como reacción, puede aparecer ahora una ultraderecha, que era impensable hace nada. Ojalá estuviera equivocada mi apreciación, pero creo que la clase política está más interesada que nunca en su promoción personal, en el «yo y mi partido».

-¿Qué habría que hacer para cortar el desencanto social con la política, para acercar a los ciudadanos a los concellos?

-Habría que cambiar a los representantes, en gran parte. Cuando se entra en una corporación municipal como entramos nosotros, sin ánimo de lucro, no tiene nada que ver a como se entra hoy en cualquier corporación. Eso ya murió, es irrecuperable. Santiago es lo primero. Y es una pena que pueda gobernar Santiago gente que no cree en Santiago.

-¿Eso pasa ahora mismo?

-Puede que sí.

José Luis García: «No Concello non había case nada, pero na política había mais lealdade»

 

E. A. R.

José Luis García es el regidor más veterano del área compostelana, ya que en 1979, con 24 años, ganó las elecciones municipales de Brión. Y en el mismo cargo sigue.

De su primera victoria recuerda la mezcla de vértigo, incredulidad, alegría y ganas de hacer cosas, más que cambiarlas, porque «no Concello non había case nada», relata. Lo que sí encontró fue un mostrador con ventanilla, que ordenó retirar, y apenas servicios básicos. «Os únicos veciños que tiñan auga eran os de Pedrouzos, e a pagaba o Concello, o que en realidade supoñía que a pagaban todos os veciños». Ante esa tesitura, obligó a poner contadores y llegó una revuelta vecinal, intervención de las fuerzas de seguridad y la consiguiente anécdota. «Recibín unha chamada da vicepresidenta do Congreso, Victoria Fernández-España que me dixo ‘alcalde, le ordeno que dé agua a los vecinos’. E dixen que non».

Ganó aquel pulso y, tras cuatro décadas en el cargo, reconoce que «nunca imaxinei a cantidade de cousas que se podían facer». También resalta que, «naqueles momentos, na política había máis lealdade entre as persoas de diferentes partidos».