Incívicos

Serafín Lorenzo A PIE DE OBRA

SANTIAGO

06 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Sucedió en agosto pasado. En una de esas sobremesas soporíferas, el abuelo salió a tomar el fresco a la terraza en la que una mesa mayoritariamente ocupada por chavalería de la familia mataba el tiempo con el relato de sus travesuras. La voz cantante la llevaba un mozalbete de 18 años, al que secundaba como podía otro de 17, mientras un tercero de 14 les reía las bromas. Las sillas cómodas estaban copadas. La irrupción del abuelo provocó un instante de atropellado silencio, que el jolgorio disolvió rápidamente. Eso sí, ninguno de los tres chavales hizo siquiera el ademán de levantarse para ceder la silla al mayor de los allí presentes, que, recién operado de una rodilla como estaba hizo los equilibrios que pudo con la muleta para acomodarse en un escueto banco dispuesto en una esquina. Un ejemplo de libro de lo que toda la vida ha sido, es y será mala educación.

Va a ser la edad, pero esto me preocupa cada vez más. Sin llegar a episodios como el descrito, proliferan las evidencias de que el civismo avanza hacia su extinción. Lo vemos al volante, ámbito idóneo para los maleducados cobardes, que se amparan en la capacidad para salir a toda pastilla tras mostrarle un dedo al que le recrimina que se salte un stop o un ceda el paso. Pero también en el eco que a veces provoca ese saludo que no saca al destinatario de su ensimismamiento o que devuelve un hola perfectamente orientado a su ombligo. O en la gente que, hábito este muy extendido, ha resuelto que berrear le produce más satisfacción que hablar. Pero, sobre todo, inquieta el avance del cinismo y de los contadores de milongas. Estamos en curso electoral, oirán muchas.