El Aquarius de mi abuela

Emma Araújo A CONTRALUZ

SANTIAGO

21 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Corría el año 1926 y mi abuela, Carmen Arias, la de verdad, no la condesa de Fenosa, embarcó con quince años hacia Argentina con su nombre bordado sobre el vestido para que pudiesen localizarla sin problemas.

Diez años más tarde, después de haber contribuido a mantener a toda su familia en O Ribeiro, regresó para despedirse y volver a Buenos Aires, donde criaba una niña que se llamaba Emma, un nombre que le puso a mi madre y que yo también heredé, junto con esta historia.

La Guerra Civil quebró el sueño de mi abuela, pero gracias a ese revés, y por su afán para que los libros le diesen todas las oportunidades posibles a su familia, yo puedo escribir esta columna y presumir de nombre. Ella, cuyos viñedos comprados con dinero argentino suministraron riberio a históricos bares de taceo de Santiago, quiso dar el salto a esta ciudad para «cobrar eu o que paga a xente polo viño», decía. No pudo, porque aunque era el motor de la familia, su opinión no pesaba tanto como en justicia debería, aunque su arrojo sobrepasaba al de cualquiera.

Antes de que mi abuela cambiase su apellido Arias por Alzhéimer pude disfrutar de una pequeña parte de sus historias y de que emigrar sirvió para mucho.

En Galicia historias como esta hay miles, y probablemente ahora se estén gestando unas cuantas con protagonistas que hicieron el recorrido a la inversa. Por eso y por millones de razones más me resultan tan incomprensible, como poco inteligentes e inhumanos, determinados comportamientos con quienes buscan un futuro para si y para los suyos.