Lo que estamos perdiendo

DENÍS E. F.

SANTIAGO

DENIS E. F.

Uno de los paseos más representativos de Compostela, en peligro por su falta de personalidad y los efectos económicos

12 feb 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando nosotros, ciudadanos, nos preguntamos hacia dónde se encamina nuestro entorno urbano, una de las respuestas que se nos escapa es la permanencia de los espacios públicos por los que cuales circulamos. Paulatina y silenciosamente el tiempo cambia nuestro entorno, como cómplice de nuestro olvido y con tanta implicación como nosotros en la morfología de los espacios habitados.

Desde que Compostela vio sus albores como villa allá por el siglo IX, una de sus principales arterias ha sido la Rúa do Vilar. Calle antigua, casi perfecta que, casa a casa, concentra entre su enlosado y sus soportales uno de los paseos más íntimos a nuestro alcance. Complementada por sus hermanas Rúa do Franco, A Raíña y Rúa

Nova, está coronada por dos plazas inolvidables, O Toural y Praterías. Sin embargo, con las caricias que hacen germinar los recuerdos, la calle de las calles compostelanas va mudando su carácter y, en consecuencia, su alma ha decidido tomar otro camino impulsado por la nueva era que ha fraguado en las ciudades históricas. Bajo la batuta económica, Europa, ve cómo la necesaria conservación de su patrimonio ha alumbrado un movimiento social con una inercia incontrolable. Nosotros damos forma al turismo, casi como una obligación del siglo XXI, casi como una nueva religión.

Las políticas de rehabilitación están siendo vapuleadas por las corrientes económicas actuales. Se ven relegadas por las tendencias turísticas más incisivas, que con su presión obligan al ciudadano a tener que vivir en otras áreas dónde los precios de alquiler y compra sean más accesibles. Tiendas de las de ayer, cafeterías, bares y restaurantes con personalidad propia, hostales familiares, un cine de ensueño que hiberna, fundaciones, organismos públicos, hoteles y tiendas de recuerdos, vertebran O Vilar. No debemos dejar que el alma de la piedra languidezca, no podemos olvidarnos de nosotros mismos como corazón que late, de nuestros hogares y nuestra presencia como su verdadero carácter, porque un buque no navega sin marineros y el novelado fantasma da miedo y pena al mismo tiempo.

Sin querer, la batalla parece perdida, pero existen fórmulas que van más allá de los argumentos derrotistas que parecen envolvernos. Consisten en enriquecer más las conciencias gubernamentales, otorgar las herramientas necesarias a los vecinos de hoy y de mañana, así como a los pequeños y grandes empresarios; dotar al turista de la información necesaria para que su presencia no cree tensiones. La cohesión y la rehabilitación van de la mano hacia un mismo objetivo: la coexistencia humana e histórica en el medio urbano. Una perenne sombra ha tapado los soportales, rota cada día por el destello de una ventana. Al igual que la losa gastada de tanto paso evidencia el mañana en su finitud, el mañana conversa tratando de llegar a un acuerdo con la piedra sin que ella hable; nunca se ha quejado al soportarnos, ni el frío soportal ha podido arrancarle un llanto.