Un vecino llamado Enigma

DENÍS E. F.

SANTIAGO

Denís E.F.

Un juego. Adivinar un recorrido cercano, oculto a la vista pero muy presente, alejado levemente del entorno urbano

12 sep 2017 . Actualizado a las 10:47 h.

Controlar el espacio abierto resulta imposible. La seguridad que da el recogimiento doméstico se torna en un frenesí muy apto para la salud cuando cruzamos el quicio de la puerta y la puesta a punto diaria nos hace despertar.

Un juego. Adivinar un recorrido cercano, oculto a la vista pero muy presente. Parte inseparable de nuestra ciudad pero alejado levemente del entorno urbano. Como la mayoría de los caminos, resulta un itinerario continuo, con múltiples veredas que lo cruzan y nos llevan más allá. Río y senda, casi como en una garganta, transitada por sus vecinos desde hace mucho, con molinos arrebatados a sus constructores por el tiempo. Un trazado un tanto angosto y estrecho al principio, pero más abierto y montaraz a medida que nos vamos internando en sus montes y laderas.

Los secretos existen

Silencio y llanura del tiempo un tanto difícil de recorrer por momentos, tanto más si el cauce va crecido, porque aquí gobiernan otros; aquellos que ya vivían allí, antes de que existiesen molinos y vereda, mucho antes de que llegasen los eucaliptos que copan las atalayas más altas. Ahora los sentimientos se desbordan, al notar que los secretos existen, que no hay que buscar muy lejos, con curiosidad y benevolencia.

Las personas que más estimamos nos ayudan a abrir los ojos. En compañía somos capaces de compartir incógnitas y descubrimientos, porque siempre merece un leve esfuerzo regalar conocimiento, sin esperar nada a cambio. Replantearse simultáneamente el cómo y el por qué hemos llegado hasta aquí es vital, sabiendo que lo hallado será otra pregunta.

Volviendo al juego, para acotar márgenes, decir que queda al norte, no muy lejos, y que existe un puente, no muy largo, que une dos barrios. Pocas pistas más se pueden dar sin desvelar la solución, pregúntense si les resulta familiar.

La reflexión ante algo tan poco ortodoxo viene por la creencia personal de que allí se encuentra lo que aquí nos falta, como al mirar por una ventana hacia la lontananza y querer volar.

Las sombras de las hojas nos salpican, moteando nuestro cuerpo, bañados en olores, teñidos por el sonido, más cerca de lo primordial. Camuflados por fuera, la mochila que lastraba nuestros pasos ha quedado relegada; ahora las campanas han dejado de sonar en nuestras cabezas. Gestos sin compromiso, sudor sin vergüenza, manteniendo erguido el cuerpo por respeto, como un niño que pisa livianamente donde mira.

Las gentes de la arena, del hielo, del mar, del bosque y la selva, saben resolver un gran misterio sin conciencia, insolados, bebiendo del espejismo en el desierto. Aquí, la hoja es una espada que corta cada gota de lluvia numerada. No vemos la perfección del esquivo ápice cuando nos llama, siempre roban nuestra atención, nunca nos regalan nada.