Pinchitos

Emma Araújo A CONTRALUZ

SANTIAGO

29 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

De un tiempo a esta parte los números de esa cosa llamada economía nos dicen que la denostada crisis se está alejando en el horizonte. Y coincidiendo con ese mensaje resurgen viejas prácticas dignas de tiempos de dispendio, oropeles y facturas que no se sabía muy bien quien pagaba. Una de ellas son esos sabrosos pinchitos que comienzan a adornar mesas de presentaciones y comparecencias. Todavía no hemos llegado a eso de que te sirvan zumo natural con un desayuno con mantel y servilletas de tela en el que tratan de venderte el equivalente a una multipropiedad como las de aquellas estafas.

Cada vez que nos saturan con las estadísticas de empleo y con el número de emprendedores que solo han visto como única salida echarse al monte para ver si el capitalismo salvaje no los devora convendría recordar esa historia del medio pollo, en el que si uno se lo engulle como si no hubiese un mañana y a otro le quedan los huesos para provocarse una rotura intestinal, estadísticamente ambos lo disfrutaron a la par.

Así funcionan los datos de la EPA y los estudios sobre salarios y retribuciones medias, todo un dispendio de cifras que para demasiadas personas son tan irreales como los millones que vale de Neymar, el número de ceros de la lista Forbes o el gasto del Gaiás.

Pero si algo tienen de bueno los números es que por poquito que les eches un ojo te descubren la verdad. Y así, una simple pregunta de cuánto le pagan a quien sirve los pinchitos y cuánto cobran muchos de los que los disfrutan te devuelve a una realidad imposible de esconder, esa que, al igual que la gordura y la vejez, no sale ni en la tele.