Leer, un acto casi subversivo

Serafín Lorenzo A PIE DE OBRA

SANTIAGO

22 abr 2017 . Actualizado a las 17:17 h.

Las noticias lúgubres se suceden en el comercio del casco histórico. A las librerías que en los últimos años se han visto abocadas a bajar la persiana para siempre se sumará en unos meses la emblemática papelería Compostela, que en sus 86 años de actividad habrá aportado material a miles de personas para cincelar sus sueños, cantar sus amores y ahuyentar sus miedos. La Compostela echa el cierre por un motivo que, en mayor o menor medida, comparten otra decena de extintas librerías que desde sus anaqueles surtieron de munición intelectual a esta ciudad, como Encontros, Abraxas, González, Gali, Carballo, Porto, Fernández, Médica y Universitas. Cayeron por falta de relevo generacional, que es lo mismo que por cese de negocio. Vamos, que la gente no lee. Ni, por lo visto, tampoco escribe. En papel, porque en el smartphone los pulgares echan humo.

Esa imagen de la herrumbre y la humedad que se va apoderando de locales vacíos que durante décadas atesoraron pozo de sabiduría es la misma que cubre los antiguos quioscos. La colorida estampa de las portadas amontonadas en esas cajas mágicas, endulzada por el inconfundible olor del papel impreso, ha dejado paso a lúgubres depósitos de mugre. De nuevo, la misma razón. Leer no se lleva. No está de moda. Igual porque es una actividad que requiere cierta intimidad, lejos de la impúdica exhibición de neuronas ociosas que propalan las redes sociales. Ahí tienen a los políticos de gatillo fácil. Por eso en el Día del Libro hay poco que celebrar. A ningún infeliz se le ha visto colgar un selfie leyendo.