Fantasmas

Mario Beramendi Álvarez
Mario Beramendi AL CONTADO

SANTIAGO

07 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Toda ciudad tiene su edificio fantasma. Un lugar sobre el que se posa la sombra para no regresar jamás. Cuando era pequeño, donde está hoy el hotel Araguaney, se ubicaban unas instalaciones abandonadas de Fenosa. Un inmueble que agonizaba, en sus últimos estertores, y que parecía acoger en sus entrañas unas grutas nunca exploradas. Aquello metía miedo. A la vuelta del colegio, caminabas por la acera bien agarrado de la mano de tu familiar y mirabas hacia aquel mamotreto con vértigo, con el deseo de no adentrarte jamás. Viví enfrente de aquel viejo edificio los primeros años de mi infancia.

Quién sabe cuántas parejas habrían tenido sus primeros escarceos en aquel lugar o cuántos habrían echado su primer cigarro a escondidas. Yo lo recuerdo como un lugar maldito y tenebroso, un sitio que devolvía ruidos extraños y al que se entraba para no volver jamás. Llevaba tiempo sin recordar aquel sitio. Ocupaba un lugar muy recóndito de mi memoria. Pero el otro día, al salir del periódico, volvió aquella imagen a mi cabeza, más de tres décadas después. En la explanada de Salgueiriños, que acoge una de las extensiones de cemento más absurdas que haya visto nunca, está el edificio del parque comarcal de Bomberos. Lleva desde poco antes de la crisis ahí, a medio terminar, como un cetáceo varado. A veces miro hacia ese inmueble y es como si viajara de repente en el tiempo a un lugar devastado por la guerra de los Balcanes o a una instalación abandonada por el desastre de Chernóbil, pero no, es Santiago, en pleno siglo XXI, mostrando un edificio fantasma tras una gestión fantasma.