Divertirse es una de las mejores opciones que uno puede tomar en la vida, siempre que el trabajo no le absorba hasta el punto de hacer que esa alternativa sea un sueño. Si estos tiempos que corren no dejan de correr la palabra diversión peligrará en el diccionario. Pero bueno, es cuestión de buscar nichos en la vida diaria y suplir minutos de ajetreo por el simple placer de ociar. Ociar en el buen sentido, no en pasar el tiempo oyendo el canoro sonido de los pájaros en la Alameda, a la sombra de un buen árbol, mientras la cabeza gira en torno a los currículos que circulan alegremente por una miríada de centros de trabajo sin que se detenga en ninguno. No es un ocioso disfrute de la naturaleza, aunque menos lo sería situarse bajo un ginkgo hembra. Uno puede ser tachado de machista con las especies arbóreas, pero lo cierto es que el árbol hembra, pese a estar enjoyado con un reluciente follaje amarillo, una preciosidad, tiene unos frutos que arrojan un olor pestilente. Este escribidor ha optado por dar un rodeo para eludir esos efluvios. Siento decir que al ginkgo macho no le pasa. La naturaleza a veces es así de injusta, pero es de resaltar que las hojas arrancan silbidos de admiración. Hay otras formas de divertirse en esta decaída existencia, con libertad y buen tino. ¿Pero a que no saben dónde se acaba esa libertad? En el ser de enfrente. Si unos jóvenes se apostan en una ventana, al modo de los viejos defensores de las murallas, y arrojan agua sobre los viandantes, puede que les caiga una multa, como a esos chicos pillados por la policía en Rosalía de Castro. Menos mal que no lanzaron aceite hirviendo, porque la multa sería mayor.