Contra las barreras que no se ven

Susana Luaña Louzao
susana luaña SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

Las personas con autismo sufren a diario obstáculos que no percibe el resto de la población

01 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Años de concienciación por parte de entidades privadas y organismos públicos lograron con el tiempo que la población sea consciente de que no se pueden levantar barreras que impidan el paso a las personas con limitaciones físicas. ¿Pero qué pasa con quienes padecen discapacidades psíquicas? ¿Qué ocurre con una persona diagnosticada con un síndrome de Down, con alguien que padece parálisis cerebral, con un niño o un adulto con síndrome autista? Que a diario padecen barreras invisibles de las que la mayor parte de la población no es consciente, muchas veces por falta de conocimiento más que por falta de sensibilidad. Quienes lo sufren son ellos y sus familias.

Nada mejor que el día a día para visibilizar esas trabas. Un adolescente que padece autismo no puede ir a la piscina con su madre porque ni ella puede acceder a los vestuarios masculinos ni él hacer uso de los femeninos. A la familia no le queda otra, si quiere que el chico practique un deporte que es para ellos beneficioso, que pagar a un monitor que lo lleve. Otro caso: entidades que trabajan con estas personas, como Aspanaes, con la intención de integrarlos en la sociedad, los apuntan, siempre que pueden, a actividades al aire libre diseñadas por concellos u otras entidades, pero los chicos muchas veces no pueden participar; o bien porque evidentemente no saben firmar su inscripción o porque las actividades no están adaptadas a sus circunstancias. El volumen o las luces del cine, la oscuridad al entrar en un teatro, las esperas en el médico... Todo son barreras molestas para la mayoría de la población pero insuperables para ellos, que por sus dificultades de comunicación son incapaces de entender situaciones que les provocan un fuerte grado de estrés.

Acabar con este tipo de discriminaciones es uno de los objetivos que se plantean asociaciones como Aspanaes, que en la zona de Santiago atiende a 93 niños, 119 escolares y 106 adultos, y que da apoyo familiar a 1.272 personas. Veinte adultos acuden a diario al centro de atención diurna Villestro, y sus responsables mantuvieron hace poco un encuentro con el alcalde, Martiño Noriega, y la concejala de Políticas Sociais, Diversidade e Saúde, Concepción Fernández, a quienes les hicieron llegar una serie de demandas que reclaman los usuarios y sus familias.

Santiago hace tiempo que sumó en sus edificios públicos los pictogramas que facilitan la comunicación con las personas autistas -también algunos servicios del Sergas, como el Clínico, los tienen-, pero todavía queda mucho trabajo por hacer. Por ejemplo, que los servicios deportivos y los centros socioculturales incluyan actividades en las que puedan participar estas personas, a las que asisten los mismos derechos que al común de la población.

En sanidad, los contratiempos son constantes; si una persona autista no entiende el porqué de la visita al médico, esperar en una sala cerrada, soportar las molestias del dentista, hacerse una analítica o someterse a una revisión ginecológica son para ellos una tortura. Por eso disfrutan ya de una tarjeta Doble A que les da prioridad de atención, pero muchos sanitarios ni siquiera saben de su existencia. A mayores están las dificultades para encontrar trabajo por falta de políticas de apoyo, cuando ellos, como cualquier otra persona, tienen habilidades para desarrollarse profesionalmente. Y de adultos sufren una discriminación más con la vivienda, obligados a convivir con la familia o en centros específicos cuando podrían mantener su independencia en pisos tutelados, pero hay muy pocos en Galicia.

Una batalla diaria, la de Aspanaes, por hacer efectivos derechos reconocidos en papel tanto por la Unión Europea como por el Gobierno español, pero que en la práctica son invisibles, como las barreras.