El fantasma se llamaba Manolo

Nacho Mirás Fole

SANTIAGO

José Barca Domínguez, hermano de Manolo, junto a la casa donde ocurrió todo, en Portomeiro.
José Barca Domínguez, hermano de Manolo, junto a la casa donde ocurrió todo, en Portomeiro. iñaki ramis< / span>

Fenómenos extraños en Portomeiro revolucionaron Val do Dubra en 1977

30 oct 2022 . Actualizado a las 12:44 h.

Querido Iker Jiménez: te escribo esta carta para contarte una historia que podría encajar bien en tu nave del misterio; cosas peores se han visto. Ocurrió hace 36 años en una aldea de Val do Dubra, no muy lejos de Santiago de Compostela, y tuvo de todo: inexplicables caídas de piedras, sonidos extraños, ropas que ardían solas... incluso un cura lanzando agua bendita con el hisopo para desparasitar del mal a toda una familia.

El asunto ocupó durante días a la prensa, y no solo a la local. Televisión Española y otros medios se interesaron por los fenómenos de Portomeiro y La Vanguardia de Barcelona lo contó así: «¿Hay fantasmas en Portomeiro? Unos fenómenos extraños se están produciendo en una humilde casa rural de Portomeiro, en el Valle del Dubra. En la casa vive Cesáreo Barca Costas, de 52 años, con su esposa, Sofía Sabina Domínguez Noya, y sus hijos, Manuel y Carlos, este minusválido. Los demás hijos de matrimonio, cuatro, residen en otras localidades».

«Los fenómenos que se producen en esta casa -continuaba la nota firmada por Cifra- son caída de piedras, ropas que arden sin motivo, golpes en un tabique de madera. Estos comenzaron a partir del pasado domingo de Ramos. Los vecinos del lugar se han ofrecido para hacer guardia durante las noches y han podido atestiguar estos extraños fenómenos. El matrimonio ha manifestado a los periodistas que ellos no son los responsables de que se quemen las ropas, ni de los golpes en el tabique. «Aquí -dijeron- trajimos al cura de la parroquia y también a él le cayó tierra en la cabeza y sintió el golpe de una piedra en la espalda cuando estaba bendiciendo la casa».

Resolviendo un misterio

El caso, querido capitán de la nave del misterio, es que sentí curiosidad y el pasado jueves, que hacía buena mañana, eché gasolina y me planté en Portomeiro. Me perdí varias veces y claro, emocionado como iba, lo achaqué a algún ánima tocapelotas que me toreaba el GPS. Pero al final llegué.

En Portomeiro todos conocen la casa de Sofía, aunque allí la llaman por su segundo nombre, Sabina. Está justo en A Igrexa, al pasar el puente. Hoy, Sabina tiene 84 años y su salud no es buena.

Me abrió la puerta su hijo José. Pensé que me echaría -yo habría echado a un tipo que me viniera a preguntar por unos fantasmas de hace casi cuarenta años- pero nada más lejos: fue de lo más cordial. Disculpó a su madre y se brindó no solo a retratarse, sino a recordar todo aquello para que yo hoy pueda contarlo. Para inquietar a la audiencia, te diré que tres perros no dejaron de ladrar mientras duró nuestra conversación. No sentí nada especial; solo ladridos.

José me contó que él nunca presenció los fenómenos porque trabajaba fuera, pero se enteró por sus padres y por sus hermanos. Corrobora todo lo que se escribió en los periódicos y me recomendó que hablara con sus vecinos, en la casa de Cosme.

Y allá me fui, querido Íker. La de Cosme es una casa buena, de cantería, que tiene plantados unos laureles centenarios. Me recibió Herminda, la dueña, y se incorporó a la conversación José, su marido, que venía de dar un paseo.

-¿Houbo pantasmas, Herminda?

-Bueno....

-¿Cré en pantasmas?

-Hai que terlle medo aos vivos, non aos mortos.

-¿Lémbrase de todo aquilo?

-Eu e todos, por suposto.

Herminda, que habla de maravilla, tiene muy claro qué fue lo que pasó. Te adelanto, Íker, que en este punto se viene abajo la conexión con el otro mundo. Si la mayoría de los fenómenos raros tienen una explicación racional, este no iba a ser menos: «Foi unha broma dos rapaces», sentencia la mujer. Una broma que movilizó a la aldea, a la prensa y a la televisión como nunca había ocurrido antes en Portomeiro ni volvió a ocurrir después. «Manolo, -continúa- un dos irmáns que xa morreu, era o que facía o dano».

Treinta y seis años han tenido que pasar para que la prensa publique la verdad y desbarate la leyenda. Cuenta Herminda que en la vivienda primitiva de los Barca Domínguez -hoy completamente reconstruida sobre la piedra original- había «moita necesidade, moita fame». La pareja formada por Cesáreo y Sabina tuvo diez hijos. Sobrevivían como malamente podían.

Víctimas de la necesidad

«A casiña non valía nada, chovía por eles... e o máis atravesado de todos os rapaces era Manolo», cuenta la vecina. Los fenómenos raros comenzaron en los primeros meses de 1977. Golpes, ruidos, caída de piedras sin explicación, combustión espontánea de ropa... Los sucesos asustaron a Cesáreo, cantero de profesión, hasta el punto de que incluso dejó de probar el alcohol. Y es más: Cesáreo Barca Costas se murió convencido de que en su casa ocurrían cosas que no tenían una explicación racional.

Por llamar, llamaron incluso al cura de Buxán, don Antonio, que sulfató la casa con agua bendita a discreción, aunque desconfiaba más de los hombres que de los demonios. «Todo foi por asustar a Cesáreo -dice Herminda convencida- e ata moitos anos despois, Manolo non lle confesou a López, [otro vecino], que era el o responsable. Sempre que pasaban as cousas raras facía que durmía, roncaba moitísimo. Era un rapaz eléctrico, coma unha chispa».

Los vecinos, querido Íker Jiménez, sospechan que Sabina, la madre, estaba al tanto de todo. De hecho, llegaron a prestarse a vigilar la casa desde dentro para ver qué rayos era lo que ocurría. «Pero ela sempre insistía -dice Herminda- en que non, que só había ruídos cando eles estaban dentro. Iso xa daba que desconfiar». Y no solo la madre estaba en el ajo, sino también una de las hermanas. Lo que seguramente empezó como una chiquillada se les fue de las manos durante una temporada hasta el extremo de despertar el interés de la prensa más seria.

Eran otros tiempos, querido amigo. Ni la comunicación, ni los servicios... ni siquiera la iluminación artificial era en esta y en otras aldeas de España -no solo de Galicia- la que es hoy. Y la oscuridad, la necesidad y la miseria siempre fueron el caldo de cultivo del terror, como bien sabes.

Una chiquillada

Manolo Barca Domínguez, el autor inequívoco, según los de Portomeiro, de aquella chiquillada, murió el 14 de junio del año pasado. No se llevó el secreto a la tumba, pero su padre, Cesáreo, sí falleció con el temor intacto, aunque eso ya no se puede arreglar.

«Os rapaces son quen de facer calquera cousa, e aqueles rapaces tiñan electricidade», insiste Herminda, que ya mira todo aquello con mucha distancia. Ahora, incluso, pueden reírse de un asunto que, en su momento, no les hizo ninguna gracia. «Nunca houbo cousa do outro mundo, foron eles. Pero si que nos asustamos: tiraban zapatos, tiraban pedras...». Una manera de llamar la atención como otra cualquiera. Ya más crecido, Manolo llegó a dispararse un tiro con la escopeta de caza de su padre y, por poco, no lo cuenta. Y sin más motivo que el de hacerse notar: a cartuchazos.

Lo dicho, querido Íker, que el fantasma se llamaba Manolo y era de este mundo miserable. No hay más misterio ni tampoco menos. Como tú dirías, «inquietante, amigos». Un abrazo desde Santiago. Saluda a Carmen, a la niña, a Merlín y a Tao.