Víctimas de la necesidad
«A casiña non valía nada, chovía por eles... e o máis atravesado de todos os rapaces era Manolo», cuenta la vecina. Los fenómenos raros comenzaron en los primeros meses de 1977. Golpes, ruidos, caída de piedras sin explicación, combustión espontánea de ropa... Los sucesos asustaron a Cesáreo, cantero de profesión, hasta el punto de que incluso dejó de probar el alcohol. Y es más: Cesáreo Barca Costas se murió convencido de que en su casa ocurrían cosas que no tenían una explicación racional.
Por llamar, llamaron incluso al cura de Buxán, don Antonio, que sulfató la casa con agua bendita a discreción, aunque desconfiaba más de los hombres que de los demonios. «Todo foi por asustar a Cesáreo -dice Herminda convencida- e ata moitos anos despois, Manolo non lle confesou a López, [otro vecino], que era el o responsable. Sempre que pasaban as cousas raras facía que durmía, roncaba moitísimo. Era un rapaz eléctrico, coma unha chispa».
Los vecinos, querido Íker Jiménez, sospechan que Sabina, la madre, estaba al tanto de todo. De hecho, llegaron a prestarse a vigilar la casa desde dentro para ver qué rayos era lo que ocurría. «Pero ela sempre insistía -dice Herminda- en que non, que só había ruídos cando eles estaban dentro. Iso xa daba que desconfiar». Y no solo la madre estaba en el ajo, sino también una de las hermanas. Lo que seguramente empezó como una chiquillada se les fue de las manos durante una temporada hasta el extremo de despertar el interés de la prensa más seria.
Eran otros tiempos, querido amigo. Ni la comunicación, ni los servicios... ni siquiera la iluminación artificial era en esta y en otras aldeas de España -no solo de Galicia- la que es hoy. Y la oscuridad, la necesidad y la miseria siempre fueron el caldo de cultivo del terror, como bien sabes.
Una chiquillada
Manolo Barca Domínguez, el autor inequívoco, según los de Portomeiro, de aquella chiquillada, murió el 14 de junio del año pasado. No se llevó el secreto a la tumba, pero su padre, Cesáreo, sí falleció con el temor intacto, aunque eso ya no se puede arreglar.
«Os rapaces son quen de facer calquera cousa, e aqueles rapaces tiñan electricidade», insiste Herminda, que ya mira todo aquello con mucha distancia. Ahora, incluso, pueden reírse de un asunto que, en su momento, no les hizo ninguna gracia. «Nunca houbo cousa do outro mundo, foron eles. Pero si que nos asustamos: tiraban zapatos, tiraban pedras...». Una manera de llamar la atención como otra cualquiera. Ya más crecido, Manolo llegó a dispararse un tiro con la escopeta de caza de su padre y, por poco, no lo cuenta. Y sin más motivo que el de hacerse notar: a cartuchazos.
Lo dicho, querido Íker, que el fantasma se llamaba Manolo y era de este mundo miserable. No hay más misterio ni tampoco menos. Como tú dirías, «inquietante, amigos». Un abrazo desde Santiago. Saluda a Carmen, a la niña, a Merlín y a Tao.