El despegue de Los Ángeles

M.G. REIGOSA SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

Álvaro Ballesteros

Romay y Beirán retrotraen a la época del despegue del baloncesto

18 feb 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Fernando Romay y José Manuel Beirán rememoraron vivencias en el hotel NH Obradoiro con aficionados al universo de la canasta. Hace casi 28 años compartían vestuario y gesta en Los Ángeles, marcaban un antes y un después. Muchos de quienes peleamos ya con los cuarenta recordamos aquel partido, en la preadolescencia, con la misma nitidez que la Eurocopa o el Mundial logrados por la selección de fútbol recientemente.

Romay y Beirán hubiesen podido dar la charla de ayer exactamente igual sin haber conseguido aquella histórica plata, porque los valores del deporte son los mismos, más allá de los títulos. Pero aquel partido supuso un punto de inflexión para el baloncesto, en general, y para el de Compostela, en particular.

Eran ya años de altos y bajos para el Obradoiro, que dos campañas antes había alcanzado la élite. En aquella década vistieron su camiseta nombres como Chuck Verdeber, Nate Davis, Miguel Juane, José Ramón Lete (hoy secretario xeral para o Deporte), Aldrey, Mario Iglesias, Dosaula... Prendió una semilla que aguantó lustros de lucha sorda, a la espera de una sentencia que devolvió al Obradoiro a los más alto. Y el club revivió con una fuerza y un poso que tienen mucho que ver con las aventuras de los ochenta.

Recuperando el hilo de la selección, con la generación de Gasol, Felipe Reyes, Navarro y Calderón las medallas parecen casi una obligación y quedarse fuera del cajón suena a decepción.

Máxima competencia

Pero en la década de los ochenta, cuando la Unión Soviética y Yugoslavia todavía no se habían desintegrado, llegar a cuartos de final y superar ese cruce ya era motivo de júbilo. Y disputar una final contra un equipo de universitarios del calibre de Jordan, Pat Ewing, Chris Mullin o Sam Perkins, dirigidos por el mítico Bobby Night, cuando la NBA se conocía solo por las revistas especializadas, era como alcanzar Eldorado.

Ni siquiera existía la línea de tres puntos, y esa era una desventaja añadida para tiradores como Margall, Epi o dos de los bases más cerebrales que se pudieron ver en una pista, Solozábal y Corbalán. Jugadores de más de 210 centímetros apenas había. Por dentro se fajaban veleros livianos como el Lagarto De la Cruz. Y pívots que empezaron como cuatros y fueron evolucionando a la demarcación de treses, como Andrés Jiménez o Fernando Arcega, eran excepciones.

A mediados de los ochenta en Santiago solo había dos canchas cubiertas, la de Sar y la del gimnasio del Peleteiro. Y España nunca había tocado el oro. Casi treinta años después Compostela se significa como plaza que rezuma baloncesto y la selección siempre entra en las quinielas de favoritos.