Hungría es uno de los territorios más singulares de Europa y el que posee una composición demográfica más homogénea, pues los magiares -tal es el nombre preciso de la etnia mayoritaria- constituyen el 98 % de la población; el resto son gitanos (1,5 %) y reducidas minorías balcánicas y ucraniana.
Las sucesivas dentelladas territoriales que sufrió el ámbito histórico de la nación magiar por parte de los países vecinos ha propiciado que actualmente en torno a 2 millones de húngaros sean ciudadanos de Austria, Croacia, Ucrania y, sobre todo, de Serbia, en cuyo provincia más norteña, la de Vojvodina, el húngaro es idioma cooficial junto al serbio.
La cultura magiar, según revelan recientes estudios, es una de las más antiguas de Eurasia, habiéndose hallado una tablilla grabada con signos «magyar nyelv» (antiguo húngaro), en el extremo occidental del Asia central y que los expertos datan tres siglos antes de Cristo.
De origen túrquico, según la tesis más reciente, los «on-ogur» (raíz etimológica de los actuales gentilicio y topónimo) iniciaron su migración hacia el Oeste, primero a las «pampas» del Volga, en el siglo V y a partir del VII fueron reuniéndose y afincándose en las llanuras del Danubio central y su afluente Tisza. Desde entonces, el pueblo magiar ha conservado su acervo cultural, aunque con influencias sucesivas, desde la Roma clásica hasta la Viena imperial. Esa singular cohesión -que es excepcional en Europa- ayuda a comprender muchas de las actitudes y valores de la sociedad húngara, también su economía, impregnada de ruralismo y de un comercial cosmopolitismo.